Senado de la República

COORDINACIÓN DE COMUNICACIÓN SOCIAL

Versión Estenográfica del discurso del Presidente de la Mesa Directiva del Senado de la República, Roberto Gil Zuarth, durante el Homenaje Luctuoso al ex titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Fernando Solana Morales.

SENADOR ROBERTO GIL ZUARTH: Hay algo paradójico en una ceremonia luctuosa, en un homenaje póstumo, y es que nos reunimos, nos convocamos para decir en ausencia lo que no dijimos o no pudimos decir en vida.

 

Hoy vamos a decir, hemos dicho, en ausencia, lo que don Fernando Solana significó en vida para nosotros y para México.

 

Las circunstancias definen las cualidades del liderazgo; la visión que es necesaria para enfrentar los desafíos de cada tiempo.

 

Si cada siglo, pues, gestara líderes a su imagen o en contraposición a ella, Fernando Solana sería un destacado, destacadísimo hijo del Siglo XX mexicano.

 

El siglo de las tensiones ideológicas irreconciliables, el siglo de las ideologías excluyentes y en conflicto permanente, forjó a un hombre reflexivo, dialogante y sensible a la razón de los otros.

 

El siglo de la globalización esculpió las habilidades de un diplomático audaz que entendía el carácter interdependiente de los problemas, la complejidad de los procesos económicos y políticos y, desde ahí, la importancia de la cooperación entre las naciones.

 

El siglo que decretó el fin de la historia debatía con el intelectual que reivindicaba el peso de la historia en la formación de realidades culturales y en la edificación de las instituciones.

 

El siglo del individualismo relativista, esa fe que no cree en nada, dio razones al humanista para aferrarse a un piso mínimo de valores que cohesionen a las sociedades y que orienten las políticas públicas hacia la justicia social.

 

El siglo de la apertura política sembró reflejos en él para reconocer y aceptar el inevitable arribo de la pluralidad.

 

Fernando Solana fue un universitario universal.

 

Desde hace tiempo, ambos adjetivos no son sinónimos.

 

El universitario universal no se adhiere al dogma ni a la consigna; cuestiona, crítica, debate consigo mismo y con los demás.

 

Fernando Solana tenía ideas firmes, pero no posiciones inflexibles.

 

Fue un hombre que defendía sus ideas y decisiones en cada espacio que ocupaba.

 

No se sonrojaba, sin embargo, antes de aceptar la razón de sus adversarios.

 

Fue un hombre que perteneció a la universidad, que nunca abandonó sus aulas, pero sobre todo fue un universitario que defendió la vocación universal de la educación superior; la universidad que es para todos; la universidad que libera de la ignorancia porque abre los ojos al mundo; la universidad que transforma la realidad social porque dialoga, y cito: “Con el sistema productivo de servicios y bienes social y nacionalmente necesarios”.

 

El Senado se benefició por seis años del diplomático, del eficaz administrador, del universitario que fue.

 

Llegó a Xicoténcatl en el momento justo, en el cénit de su formación política e intelectual.

 

A pesar de su larga trayectoria en el Poder Ejecutivo y de provenir del partido en el poder, reivindicó como pocos el papel del Senado en la formulación de la política exterior.

 

Los parlamentos, argumentaba con convicción, ganan cada vez más protagonismo como interlocutores y promotores activos para la realización de proyectos globales de desarrollo económico, social y político.

 

Para Fernando Solana, el Senado, el rol del Senado no se limitaba a estampar un sello en un tratado o aprobar nombramientos de la representación del Estado en el exterior. Planteó, incluso, revisar las atribuciones constitucionales del Senado.

 

Su función, afirmaba, era concurrir con el Ejecutivo para ensanchar los horizontes de la presencia mexicana en el mundo, servir de palanca para impulsar la influencia de México en las coyunturas regionales y globales; llegar ahí donde la diplomacia institucional no alcanza por las restricciones naturales de las relaciones internacionales.

 

Veía en sus pares legisladores, en sus pares senadores un caudal de liderazgo que podía ponerse al servicio de las causas internacionales. Se trataba, vuelvo a citar: “de usar las habilidades políticas que empleamos a nivel nacional en el ambiente internacional, para enfrentar los problemas económicos, de medio ambiente, de desarrollo, de drogas y de guerras, a través de nuevas metodologías y técnicas”.

 

Por eso, fue uno de los más destacados promotores de la diplomacia parlamentaria; pero no de esa diplomacia del viaje gratis, sino la diplomacia que se fija metas, que despliega un campo amplísimo de acción, que complementa el esfuerzo del Estado en la sensibilización de las cuestiones internacionales.

 

En síntesis, creía que la democracia parlamentaria servía para crear un mejor entendimiento de los problemas comunes acercándonos a quienes, desde los parlamentos, influyen directa o indirectamente en sus soluciones.

 

Por edad, por los avatares del destino, por la trinchera partidaria quizá no tuve el privilegio de conversar jamás con don Fernando Solana.

 

Recuerdo, sin embargo, haberlo visto en acción, allá por la emblemática quincuagésima séptima Legislatura; la primera sin mayoría monocolor, la que relocalizó al congreso en el equilibrio de poderes.

 

Un legislador respetado por todos, por propios y extraños. De esos que logran con tan solo pedir la palabra desde su asiento silenciar a la asamblea.

 

Prudente, de buenas y elegantes formas, profundamente inteligente y culto.

 

Ojalá que este homenaje sirva para decir en ausencia todo lo que pensamos de él en vida; pero que también sirva para esta generación y las que vendrán después, para conversar con él a través de su legado intelectual y político.

 

Que en paz descanse don Fernando Solana Morales.

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