Palabras de Carlos Padilla Becerra, presidente del Comité Olímpico Mexicano, en el homenaje a la campeona olímpica Soraya Jiménez Mendívil.
Muchas gracias. Buenos días.
Ante todo quiero agradecer, en lo que vale, señoras y señores senadores, el reconocimiento que a una miembro destacada de la familia olímpica, miembro permanente, además de medallista, se le rinde en este recinto majestuoso, que representa el pensamiento plural, social y humano de los mexicanos, como lo es el Senado de la República.
Y qué bueno, Senadora, que sea la Comisión que usted preside, de Equidad y Género, porque no podemos dejar de reconocer que la mujer, actualmente en el deporte, en el olimpismo, tiene un papel preponderante.
Y prueba de ello son los resultados de los últimos juegos olímpicos, no solamente en Londres sino en Beijing, en los anteriores donde un total de una cosecha de 13 medallas nos permiten presumir el talento, la dignidad y el coraje de la mujer mexicana cuando se propone enfrentarse a las mejores del mundo.
Por ello, nos da mucho gusto, en este momento donde una serie de choques sentimentales a la familia olímpica se nos acumulan, saber que hay un reconocimiento para Soraya Jiménez.
Que están aquí sus papás, con quienes tenemos un gran cariño y un gran acercamiento desde que Soraya era una niña muy pequeña, donde tuve la oportunidad de conocer, muy pequeña, de 14 – 13 años, cuando la vida me dio también la oportunidad de servir al frente del deporte en la Ciudad de México.
La conocí y Soraya era una niña muy especial, con unos ojos muy brillantes, muy vivaces y cuando me la presentaron, un miembro del pentatlón universitario me dijo: “Mira: esta niña se ve en problemas para llevar a cabo el deporte que le gusta practicar”.
Yo, la verdad, me sentí extrañado que Soraya, tan pequeña y con tanta voluntad, me dijera: “Sí, yo quiero levantar pesas”.
Bueno, pues nos metió en un predicamento porque en aquel entonces no era muy común que una mujer levantara el peso que normalmente estábamos acostumbrados a ver en los hombres.
Sin embargo, no necesitó de mucho apoyo. Ella sola, con la grandeza que le destacaba, como decía el señor Senador, también haciendo el parangón de una gran guerrera, también, Soraya, se enfrentó a muchas adversidades, no solamente en la parte deportiva y en la parte olímpica, en la parte de entrenamientos sino adversidades que se le fueron presentando en la vida, que siempre sabía tomar el reto y superarlo; darse de frente y entregarse a lo que hacía. Esa era Soraya Jiménez.
Tuve también la oportunidad de platicar muchas veces con ella, como miembro permanente del Comité Olímpico, para poder establecer una mecánica de comunicación con los atletas.
Ella era querida y reconocida por los atletas mexicanos, como la primera campeona olímpica que representaba nuestro país.
Y en ningún momento Soraya dudaba, como decía Daniel Aceves, en tender la mano y aplicar la filosofía olímpica.
El olimpismo no son solamente los Juegos Centroamericanos, Panamericanos, o los Juegos Olímpicos.
El olimpismo es una forma de vida, es darse a los demás, es entender a los demás, es saber interpretar las necesidades del pueblo donde vive, porque de ahí es de donde han salido los grandes atletas y ejemplos de nuestro país y creo que de muchas partes del mundo.
Por ello, Soraya representó algo muy, muy grande para México cuando levantó aquel peso en envión y total, levantó no solamente las barras con el peso sino levantó a todo un pueblo que supo en ese momento responder en la madrugada del día que triunfó –para nosotros era de madrugada— y no dejábamos de seguirla en la televisión.
Y a partir de ahí se estableció la grandeza, el reto y la visión de los dirigentes y las autoridades de nuestro país, para apoyar a la mujer y desarrollarla en el deporte.
De ahí la importancia de lo que Soraya representa para el deporte de nuestro país. Jamás se doblegó; jamás tuvo una duda en el temple que le caracterizaba.
Soraya, el día que llegó a México con la medalla, estaba con el Contador, su papá. Recordará que estuvimos esperándola que bajara del avión. Era realmente un tumulto incontrolable en el aeropuerto de la Ciudad de México.
Tenía yo alguna forma de penetrar hasta la escalerilla del avión, junto con su papá. No sabíamos qué hacer porque tanto la prensa, como mexicanos, trabajadores del aeropuerto, pasajeros, todo mundo quería tocar y ver a Soraya.
Soraya bajó muy calmada. Lo primero que hizo fue correr, abrazar a su padre. Y ya que fuimos caminando, era un empujar, un ir y venir, volteó, y me dijo: “Licenciado, no le fallé. La gané”, porque lo había prometido y lo cumplió.
Yo creo que hoy por hoy, no hay mejor homenaje para nuestra querida Soraya, que, lo quiero decir, estaba a punto de llegar a una meta más en su vida, de ser abogada. Sabía de leyes, entendía el Derecho, entendía lo que es el proceso legislativo.
Y por ello creo que hoy, y en este año, en el Senado de la República, que se tuvo la sensibilidad de aprobar una nueva ley, un nuevo marco jurídico, que le dé claridad, que le dé orden y que le dé sobre todo la fortaleza para seguir empujando a hombres y mujeres en el deporte, quiero también, de mi parte, hacer un reconocimiento a los senadores que nos dieron la oportunidad de contar con una nueva ley del deporte.
Por ello, desde aquí, Soraya, te queremos decir que te seguimos extrañando la familia olímpica y que, con tu ejemplo, seguiremos inspirando a las mujeres y hombres en muchas acciones de nuestra vida.
Muchas gracias.
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Palabras del presidente del Comité Olímpico Mexicano en homenaje a Soraya Jiménez.
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