Versión estenográfica de la Sesión Solemne del Senado de la República, para entregar la Medalla de Honor Belisario Domínguez 2019, a la activista defensora de los derechos humanos, Rosario Ibarra de Piedra, en la Antigua sede de Xicoténcatl.
SENADORA MÓNICA FERNÁNDEZ BALBOA: Con fundamento en lo dispuesto en el artículo 100 de la Ley Orgánica del Congreso General; y el artículo 9º del Reglamento de la Medalla de Honor Belisario Domínguez, damos inicio a la Sesión Solemne convocada para hacer la entrega de galardón y del diploma correspondiente al año 2019.
Se les solicita ponerse de pie, a efecto de rendir los honores de ordenanza al ciudadano Presidente de la República.
(ENTONACIÓN DEL HIMNO NACIONAL)
SENADORA VERÓNICA DELGADILLO GARCÍA: Muchas gracias. Sírvanse tomar asiento.
SENADORA MÓNICA FERNÁNDEZ BALBOA: Damos la bienvenida al ciudadano Presidente de la República, licenciado Andrés Manuel López Obrador.
Al ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el ministro Arturo Zaldívar Lelo de Larrea.
A la presidenta de la Cámara de Diputados, la diputada Laura Angélica Rojas Hernández.
A la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, doctora Claudia Sheinbaum Pardo.
A las ciudadanas Rosario Piedra Ibarra y Claudia Piedra Ibarra, en representación de nuestra galardonada, la señora Rosario Ibarra de Piedra.
Asimismo, damos la más cordial bienvenida al gobernador del estado de Chiapas, Rutilio Cruz Escandón Cadenas.
Al secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval González.
Al secretario de la Marina, almirante José Rafael Ojeda Durán.
Al secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, doctor Alfonso Durazo Montaño.
Al consejero jurídico, licenciado Julio Scherer Ibarra.
A los señores subsecretarios de Gobernación, Ricardo Peralta y Alejandro Encinas Rodríguez.
Y al diputado Mario Delgado Carrillo, presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados.
Agradecemos también la presencia de las señoras diputadas y los señores diputados federales. De las distinguidas distinguidos miembros del Gabinete legal y ampliado del Poder Ejecutivo Federal. De los representantes de los Poderes del estado de Chiapas y del presidente municipal de Comitán.
Agradecemos la asistencia de las distinguidas personalidades que con anterioridad, recibieron la Medalla de Honor Belisario Domínguez.
Todas y todos honran con su presencia esta Sesión Solemne y al Senado de la República.
Solicito ahora, a la Secretaría, proceda a pasar lista de honor.
SENADORA VERÓNICA DELGADILLO GARCÍA: Se solicita ponerse de pie.
¡Senador Belisario Domínguez!
SENADORA MÓNICA FERNÁNDEZ BALBOA: ¡Murió por la patria, en defensa de la libertad!
SENADORA VERÓNICA DELGADILLO GARCÍA: Sírvanse tomar asiento.
SENADORA MÓNICA FERNÁNDEZ BALBOA: Solicito a la senadora Verónica Delgadillo García, secretaria de la Mesa Directiva, dé lectura a la histórica proclama del doctor y senador Belisario Domínguez, correspondiente a la XXVII Legislatura del Senado de la República.
SENADORA VERÓNICA DELGADILLO GARCÍA: Daré lectura al texto del discurso del senador Belisario Domínguez.
“Señor Presidente del Senado:
Por tratarse de un asunto urgentísimo para la salud de la patria, me veo obligado a prescindir de las fórmulas acostumbradas y a suplicar a usted, se sirva dar principio a esta sesión tomando conocimiento de este pliego y dándolo a conocer enseguida a los señores senadores.
Insisto, señor Presidente, en que este asunto debe ser conocido por el Senado en este mismo momento, porque dentro de pocas horas lo conocerá el pueblo, y urge que el Senado lo conozca antes que nadie.
Señores senadores:
Todos vosotros habéis leído con profundo interés, el informe presentado por don Victoriano Huerta ante el Congreso de la Unión, el 16 del presente. Indudablemente, señores senadores, que lo mismo que a mí, os ha llenado de indignación el cúmulo de falsedades que encierra ese documento.
¿A quién pretende engañar, señores? ¿Al Congreso de la Unión? No señores, todos sus miembros son hombres ilustrados que se ocupan en política, que están al corriente de los sucesos del país y que no pueden ser engañados sobre el particular.
Se pretende engañar a la nación mexicana, a esta patria que, confiando en vuestra honradez y vuestro valor, ha puesto en vuestras manos sus más caros intereses.
¿Qué debe hacer en este caso la representación nacional?
Corresponder a la confianza con que la patria la ha honrado, decirle la verdad y no dejarla caer en el abismo que se abre a sus pies.
La verdad es ésta:
Durante el gobierno de don Victoriano Huerta, no solamente no se hizo nada en bien de la pacificación del país, sino que la situación actual de la República es infinitamente peor que antes.
La Revolución se ha extendido en casi todos los estados. Muchas naciones, antes buenas amigas de México, rehúsanse a reconocer su gobierno, por ilegal. Nuestra moneda encuéntrase depreciada en el extranjero. Nuestro crédito en agonía.
La prensa de la República amordazada y cobardemente vendida al gobierno y ocultando sistemáticamente la verdad. Nuestros campos abandonados. Muchos pueblos arrasados y, por último, el hambre y la miseria en todas sus formas, amenazan extenderse rápidamente en toda la superficie de nuestra infortunada patria.
¿A qué se debe tan triste situación?
Primero, y antes de todo, a que el pueblo mexicano no puede resignarse a tener por Presidente de la República a don Victoriano Huerta, al soldado que se apoderó del gobierno por medio de la traición y cuyo primer acto al asumir la Presidencia, fue asesinar cobardemente al presidente y vicepresidente legalmente ungidos por el voto popular.
Habiendo sido el primero de éstos, quien colmó de ascensos, honores y distinciones a don Victoriano Huerta y habiendo sido él, igualmente, a quien don Victoriano Huerta juró públicamente lealtad y fidelidad inquebrantables.
Y segundo, se debe esta triste situación a los medios que Victoriano Huerta se ha propuesto emplear para conseguir la pacificación. Estos medios ya sabéis cuáles han sido: únicamente muerte y exterminio para todos los hombres, familias y pueblos que no simpaticen con su gobierno.
‘La paz se hará, cueste lo que cueste’, ha dicho don Victoriano Huerta; ¿habéis profundizado, señores senadores, lo que significan esas palabras en el criterio egoísta y feroz de don Victoriano Huerta?
Estas palabras significan que don Victoriano Huerta está dispuesto a derramar toda la sangre mexicana, a cubrir de cadáveres todo el territorio nacional, a convertir en una inmensa ruina toda la extensión de nuestra patria; con tal de que él no abandone la Presidencia ni derrame una sola gota de su propia sangre.
En su loco afán de conservar la Presidencia, don Victoriano Huerta está cometiendo otra infamia. Está provocando con el pueblo de Estados Unidos de América un conflicto internacional en el que, si llegara a resolverse por las armas, irían estoicamente a dar y a encontrar la muerte todos los mexicanos sobrevivientes a las amenazas de don Victoriano Huerta. Todos, todos menos don Victoriano Huerta, ni don Aureliano Blanquet, porque esos desgraciados están manchados con el estigma de la traición, y el pueblo y el Ejército los repudiarían, llegado su momento.
Esa es, en resumen, la triste realidad. Para los espíritus débiles parece que nuestra ruina es inevitable, porque don Victoriano Huerta se ha adueñado tanto del poder, que para asegurar el triunfo de su candidatura a la Presidencia de la República, en la parodia de elecciones anunciadas para el 26 de octubre próximo, no ha vacilado en violar la soberanía de la mayor parte de los estados, quitando a los gobernadores constitucionales e imponiendo gobernadores militares, que se encargarán de burlar a los pueblos por medio de farsas ridículas y criminales.
Sin embargo, señores, un esfuerzo supremo puede salvarlo todo. Cumpla con su deber la representación nacional y la patria está salvada y volverá a florecer más grande, más unida y más hermosa que nunca.
La representación nacional debe deponer de la Presidencia de la República a don Victoriano Huerta, por ser él contra quien protestan con mucha razón, todos nuestros hermanos alzados en armas, y de consiguiente por ser él quien menos puede llevar a efecto la pacificación, supremo anhelo de todos los mexicanos.
Me diréis, señores, que la tentativa es peligrosa porque don Victoriano Huerta es un soldado sanguinario y feroz, que asesina sin vacilación, sin escrúpulo, a todo aquel que le sirve de obstáculo.
¡No importa, señores! La patria os exige que cumpláis con vuestro deber, aun con el peligro y aun con la seguridad de perder la existencia.
Si en vuestra ansiedad de volver a ver reinar la paz en la República os habéis equivocado, habéis creído en las palabras falaces de un hombre que os ofreció pacificar a la nación en sólo dos meses y le habéis nombrado Presidente de la República. Hoy que veis claramente que este hombre es un impostor, inepto y malvado, que lleva a la patria con toda velocidad hacia la ruina; ¿dejaréis por temor a la muerte que continúe en el poder?
Penetrad en vosotros mismos, señores, y resolved esta pregunta: ¿Qué se diría de la tripulación de un gran navío, que en la más violenta tempestad y en un mar proceloso, nombrara piloto a un carnicero que sin ningún conocimiento náutico, navegara por primera vez y no tuviera más recomendación que la de haber traicionado y asesinado al capitán del barco?
Vuestro deber es imprescindible, señores, y la patria espera de vosotros que sabréis cumplirlo.
Cumpliendo ese primer deber, será fácil para la representación nacional cumplir los otros que de él se derivan, solicitándose enseguida de todos los jefes revolucionarios que cesen toda hostilidad y nombren sus delegados para que, de común acuerdo, elijan al presidente que deba convocar a elecciones presidenciales y cuidar que éstas se efectúen con toda legalidad.
El mundo está pendiente de vosotros, señores miembros del Congreso Nacional Mexicano, y la patria espera que la honraréis ante el mundo, evitándole la vergüenza de tener por primer mandatario a un traidor y asesino.
Firma.
Doctor Belisario Domínguez, senador por el estado de Chiapas.
Nota: Urge que el pueblo mexicano conozca este discurso para que apoye a la representación nacional, y no pudiendo disponer de ninguna imprenta, recomiendo a todo el que lo lea, saque cinco o más copias, insertando también esta nota, y las distribuya a sus amigos y conocidos de la capital y de los estados.
¡Ojalá hubiera un impresor honrado y sin miedo!”.
Es cuánto, Presidenta.
SENADORA MÓNICA FERNÁNDEZ BALBOA: Se concede ahora el uso de la palabra a la senadora Ifigenia Martínez Hernández, a nombre de la Cámara de Senadores.
SENADORA IFIGENIA MARTÍNEZ HERNÁNDEZ: Buenos días a todos. Gracias.
Muchas gracias a todos. Buenos días.
Señor licenciado Andrés Manuel López Obrador, Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.
Señor ministro Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, presidente de la Honorable Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Señora Mónica Fernández Balboa, presidenta de la Honorable Cámara de Senadores.
Diputada Laura Angélica Rojas Hernández, presidenta de la Honorable Cámara de Diputados.
Compañeras senadoras. Compañeros senadores.
Familiares de la compañera Rosario Ibarra de Piedra.
Señoras y señores. Amigas y amigos todos:
Hoy, en un acto de justicia plena, rendimos homenaje a una mexicana que por fuerza de sus convicciones, por su firmeza ciudadana y su valentía, está plenamente identificada con las virtudes que distinguieron al senador Belisario Domínguez; quien ofrendó su vida en defensa de sus ideales.
La Medalla que lleva el nombre de aquel chiapaneco ejemplar, se le otorga a una ciudadana lastimada por la violencia, una madre a la cual le fue arrebatado un hijo, sin siquiera tener la certeza de su destino. Una digna mexicana que, en su andar de los últimos 40 años, ha fundido el pesar personal con el dolor de la patria.
Rosario Ibarra de Piedra, mujer símbolo, ha hecho de la ausencia de su hijo Jesús, una bandera permanente en favor del derecho, la justicia y la disidencia democrática; una condena cabal de los abusos del poder y una defensa ilimitada de la vida.
Al honrar a la coahuilense, honramos también al mexicano que da nombre a esta condecoración, el mismo que con gallarda lucidez, levantó la voz para condenar la legalidad; y que armado únicamente con la palabra y la razón, combatió la usurpación y abogó por el renacimiento del orden constitucional.
Desde el 25 de abril de 1913, cuando se pedía al Senado aprobación para el desembarco de tropas estadounidenses en Veracruz, lo que sería el prólogo de una invasión en toda forma; se levantó la palabra valiente y digna del senador Belisario Domínguez Palencia, quien se dirigió a sus colegas.
“Señores senadores, yo votaré en contra de la autorización que se nos pide, porque ella es un voto de confianza al gobierno que asesinó al Presidente Madero y al vicepresidente Pino Suárez; porque es un gobierno ilegítimo y porque es un gobierno que ha restaurado la era nefanda de la defección y el cuartelazo”.
Quien así hablaba, era el hombre que al regresar de sus estudios en la Universidad de la Sorbona, en París, pudo haber llevado la cómoda vida que entonces se prometía a un profesionista, sobre todo un médico querido por la población de su natal Comitán, Chiapas, a la que atendía con eficiencia y sensibilidad.
Pero aquel médico, también se preocupaba por los padecimientos de la patria y entendía que en este caso, la cura implicaba su participación abierta en la política. De ahí su militancia en el Partido Liberal y la fundación de “El Bate”, periódico en el que dio cauce a su rebeldía ante los abusos de Porfirio Díaz y del entonces gobernador chiapaneco, Rafael Pimentel.
Aquel impreso se convirtió en estandarte de la consciencia opositora y desde sus páginas se llamaba a la población a denunciar los abusos del poder, y el rechazo al déspota ejercicio de Victoriano Huerta.
Maderista de la primera hora, Domínguez Palencia fundó el Club Democrático, y a fines de 1909, fue elegido presidente municipal de Comitán.
En 1912, en la fórmula que encabezaba Leopoldo Gout, fue elegido senador suplente y, en marzo de 1913, pasó a ocupar el escaño, debido a la muerte de su amigo y compañero.
Para entonces, ya se había producido el golpe de Estado del usurpador Victoriano Huerta, quien habría ordenado el asesinato del Presidente Francisco I. Madero y del vicepresidente José María Pino Suárez.
En aquellos días, en vez de arrellanarse cómodamente en su escaño, en espera de que pasara la tormenta, optó por la protesta que lo condujo al sacrificio.
El 23 de septiembre de 1913, Belisario Domínguez volvió a llamar asesino al usurpador y seis días después intentó leer un discurso que había preparado, en el que acusaba al tirano de intentar la pacificación del país empleando, cito: “Únicamente la muerte y exterminio para todos los hombres, familias y pueblos que no simpaticen con su gobierno”, fin de las comillas.
Se le negó la lectura de aquel texto, que era un exhorto para que los legisladores actuaran con patriotismo y decisión.
La histórica proclama era contundente y lapidaria, pero al verse impedido de darle lectura en el recinto camaral, encargó la reproducción del texto a una mujer valerosa que lo imprimió en el taller donde trabajaba. Ella era María Hernández Arco, una de las siete mexicanas que han recibido la Medalla Belisario Domínguez.
Distribuido el texto clandestinamente, un ejemplar llegó a manos de dictador Victoriano Huerta.
Días después, justo antes de la media noche del 7 de octubre de 2013, dos hombres se presentaron en la habitación 16 del Hotel Jardín, donde don Belisario se encontraba hospedado. Eran los matones del usurpador, que lo martirizaron y asesinaron cruelmente.
La eliminación física del senador, marcó el principio de la derrota del tirano. El discurso del chiapaneco heroico, se convirtió entonces en símbolo de valor cívico y ejemplo para todo mexicano, especialmente para quienes entienden el ejercicio de la política como un mandato de servicio, respeto y dignidad en los asuntos públicos.
La Medalla Belisario Domínguez es, pues, reconocimiento y bandera. Nada más indicado que otorgársela a quienes han hecho de la honestidad, la verdad y la valentía, una práctica cotidiana, un recurso irrenunciable para mejorar la convivencia civil.
Rosario Ibarra de Piedra, es un caso paradigmático y por eso fue elegida paradigmático y por eso fue elegida para recibir esta presea que antes recibieron grandes personas de la Academia, el periodismo y la vida pública del país.
En esta ocasión, es motivo de orgullo que sea una mujer y madre quien reciba la presea Belisario Domínguez.
Se entrega esta distinción republicana a doña Rosario Ibarra de Piedra, con el voto unánime de la Comisión de la medalla y con la aprobación del Pleno del Senado de la República.
Aprovecho la ocasión, para exhortar a mis compañeras y compañeros legisladores, para que en lo sucesivo, al discernir esta alta distinción, se trabaje de modo de avanzar hacia la equidad de género y la justicia social.
La compañera Rosario Ibarra de Piedra, es hija de un ingeniero agrónomo, egresada de la Escuela Hermanos Escobar, de Ciudad Juárez, Chihuahua, quien militó en la Revolución Mexicana.
El esposo de doña Rosario, Jesús Piedra Rosales, fue integrante del Partido Comunista Mexicano y presidente de la Sociedad de Alumnos Socialistas de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
A esta mujer ejemplar, una tragedia irreparable la lanzó a una búsqueda incansable que comenzó en 1973, cuando su hijo, Jesús Piedra Ibarra, fue detenido bajo la acusación de pertenecer a un grupo armado y, al margen de toda disposición legal, sus captores lo desaparecieron en 1974.
A partir de entonces, Rosario Ibarra inició un largo peregrinar por todas las instituciones gubernamentales, donde esperaba obtener información sobre el paradero de su hijo, lo que hasta la fecha es una deuda moral pendiente del Estado.
En esa búsqueda desesperada, Rosario Ibarra de Piedra convocó a otras madres que, como ella, sufrían por la desaparición de sus hijos.
En 1977, integraron el Comité pro-Defensa de Presos Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos, más conocido como Comité ¡Eureka!, que organizó protestas, realizó huelgas de hambre, se apersonó ante altas figuras políticas y presentó denuncia en México y en foros internacionales.
Su exigencia de respeto a la ley motivó a nuestra compañera Rosario, a pedir una amnistía para los presos por razones políticas, lo que se consiguió en 1978, siendo Presidente el licenciado José López Portillo, año en el que también se localizó a algunos desaparecidos, pero nada se pudo saber de la mayoría de ellos.
La demanda, la denodada lucha por la justicia, llevó, en 1982, al Partido Revolucionario de los Trabajadores, a convertir a Rosario en candidata a la Presidencia de la República, y luego a diputada de ese Partido.
En 1988, fue nuevamente candidata presidencial y tras declararse vencedor a Carlos Salinas, Rosario Ibarra se unió a los reclamos de fraude electoral, junto con los entonces candidatos Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel Clouthier.
En las siguientes elecciones, Rosario Ibarra se identificó con el ideario político de Porfirio Muñoz Ledo, Cuauhtémoc Cárdenas y el Partido de la Revolución Democrática, y fue senadora del Partido del Trabajo del 2006 al 2012, donde insistió en su firme crítica a los gobiernos neoliberales y su falta de voluntad para hacer justicia en torno a los crímenes del pasado.
Una y otra vez, Rosario se ha unido a distintas luchas sociales en diversos lugares del país, como el alzamiento zapatista de 1992, la exigencia de detener y esclarecer el asesinato de mujeres en Ciudad Juárez, y las matanzas de personas indígenas en Chiapas y Guerrero, durante el sexenio presidencial de Ernesto Zedillo.
Ha sido candidata al Premio Nóbel de la Paz en los años de 1986, 87, 89 y 2006.
Se realizó un documental sobre su experiencia de lucha en el ámbito de los derechos humanos en México, intitulado Rosario.
Asimismo, impulsada por el Comité ¡Eureka!, y el Colectivo Hijos México, el martes 19 de junio del 2012, abrió las puertas del Museo Casa de la Memoria Indómita, para reivindicar a las personas víctimas de desaparición forzada.
Finalmente, en el 2019, se le concedió la Medalla al Mérito Cívico Eduardo Neri.
La desaparición nunca aclarada de un hijo es un duelo perpetuo, que no haya salido al camino con una esperanza inextinguible, pero es también una lucha y exigencia del respeto al derecho social y a la libertad política.
Dentro de los problemas, las insuficiencias y rezagos con Rosario Ibarra de Piedra, vivimos y actuamos con la esperanza de mejorar las condiciones de bienestar social y niveles de vida de todos los mexicanos.
Al igual que ella, aún veo posible el sueño de un México justo, que, a pesar de su gran diversidad, propicia los valores y principios de libertad, justicia, igualdad para todos.
En esa lucha estamos, y sé que, con nuestras autoridades locales y actuales, lo lograremos.
¡Viva México!
ASISTENTES: ¡Viva!
SENADORA MÓNICA FERNÁNDEZ BALBOA: Les solicito ponerse de pie para la entrega de la Medalla de Honor Belisario Domínguez y del diploma correspondiente, a la ciudadana Rosario Piedra Ibarra, quien la recibe a nombre de la señora Rosario Ibarra de Piedra, y que la acredita como integrante de la Orden Mexicana de la Medalla Belisario Domínguez.
(ENTREGA DE MEDALLA Y DIPLOMA)
Sírvanse tomar asiento. Muchas gracias.
Y se concede el uso de la palabra a la ciudadana Claudia Piedra Ibarra, a nombre de la señora Rosario Ibarra de Piedra, galardonada con la Medalla de Honor Belisario Domínguez 2019.
CLAUDIA PIEDRA IBARRA: Buenos días.
Señor Presidente Andrés Manuel López Obrador.
Senadores y senadoras.
Compañeras del Comité Eureka, que aquí se encuentran presentes.
Compañeros, amigos y camaradas.
Señoras y señores:
Por más de cuatro décadas, el Comité Eureka ha transitado azorado de terror oficial, sintiendo el dolor de saber cautivos y torturados a nuestros seres queridos. Recibiendo como tremendas bofetadas en la cara, la palabra hueca, la declaración engañosa o el discurso falso.
El mal Gobierno mexicano, transgrediendo todas las leyes, privó de su libertad, de su dignidad y de justicia a nuestros familiares, los desaparecidos políticos.
La violencia alcanzó a nuestras familias completas, arrasó con poblados enteros, donde se detuvo a todos los hombres y mujeres viejos, a los que la casualidad los llevó a portar el mismo apellido de los insurrectos que eran buscados y perseguidos.
Atestó los caminos de solados y retenes, donde también se hicieron cientos de detenciones injustas de gente inocente.
Llenó de presos políticos las cárceles de todo el país. En las ciudades, las hordas de la dirección general de seguridad y la brigada blanca, allanaban los domicilios, saqueando y golpeando a sus moradores y deteniendo cualquiera.
Las cámaras de tortura de los campos militares, las bases navales y aéreas, y en todos los centros clandestinos de detención, se tiñeron de sangre y retumbaban con los alaridos de dolor de las víctimas.
Mi adorado esposo, firme soporte de mi vida, fue torturado viviendo en carne propia lo que le esperaba a todo aquel que era detenido.
Los poderosos del sistema, los empresarios cómplices, sostén de estos malos gobiernos, prestaban sus ranchos para que nuestros desaparecidos también ahí fueran llevados a martirizar.
Esta es la única y controvertible verdad.
Compañeras nuestras, como Conchita García y Corral, Elodia García de Gámiz, Alicia Hernández de Vargas, Delia Duarte y Alicia Gutiérrez; antes de unirse a nuestro Comité para seguir buscando a sus hijos desaparecidos, tuvieron que pasar por el martirio de recoger los cuerpos destrozados por la tortura o la metralla de otros de sus hijos.
Doña Guillermina Moreno, tan pequeña y tan valiente, se unió a nosotros después del asesinato de su hijo, y permaneció a nuestro lado buscando a los hijos de otras, hasta el día en que como las demás, la debilidad y el agotamiento físico o la enfermedad, ya no las dejaron continuar.
Estos señores del poder, quisieron borrar todo rastro de sublevación o rebeldía, pero no pudieron. Siempre queda algo, siempre hay alguien que prosigue por la brecha para seguir abriendo los caminos.
Nosotros entonces, supimos que no podíamos buscar a los nuestros sin pelear también sus batallas. Teníamos los mismos motivos y las mismas justas razones para hacerlo.
No tomamos las armas que defienden o hieren los cuerpos, pero usamos en su lugar, todo lo que pudimos y tuvimos a nuestro alcance para arremeter contra las consciencias, para sacudirlas, para indignarlas, para marcarlas con la impronta de la rebelión contra la injusticia.
Ellas, y todos los queridos y añorados compañeros que murieron esperando saber de los suyos, y a la justicia que nunca llegó, están en mis recuerdos, gritando junto a mí por nuestros hijos y familiares, increpando y señalando a quienes se los llevaron, tomaron la Catedral o San Hipólito, o la Secretaría de Gobernación o los recintos Legislativos; en las huelgas de hambre o haciendo plantones en las puertas de los campos militares y en los pasos fronterizos.
Marchando con los movimientos estudiantiles, campesinos o indígenas; volanteando afuera de las fábricas; visitando los salones de clases en las universidades; crucificándonos en El Zócalo o con el rostro cubierto encadenándonos en El Ángel de la Independencia.
Visitando las cárceles en todo el país, boteando para poder tener recursos para los volantes y los carteles y los costosos desplegados. Incitando por todos los medios posibles, a las organizaciones políticas, campesinas o sindicales, para que incluyeran entre sus demandas principales la presentación con vida de los desaparecidos políticos; y llamándolos también a la unidad para defendernos todos, con un frente nacional contra la represión.
Acudiendo a las instancias internacionales defensoras de los derechos humanos, para hacerles ver que aquí en México no sólo éramos las víctimas de un gobierno represor; sino que también éramos las víctimas de la simulación que provocaba la incredulidad y la desconfianza para nuestras denuncias.
O reclamando en más de una docena de veces a la ONU por su complicidad con los gobiernos en turno, cociendo o pegando las fotografías en las mantas o poniéndoles cordones para colgarlas de nuestros pechos, o reunidas y planificando qué más podríamos hacer para convencer a la población de luchar contra la desaparición forzada, conviviendo y disfrutando y hasta riendo en esos momentos tan preciados y tan íntimos, o uniendo nuestra lucha a la lucha de Latinoamérica, hermanadas por ser víctimas por el mismo crimen; enfrentando y denunciando lo que en un inicio era sólo sospecha y después supimos con certeza que la desaparición forzada de los nuestros no fueron abusos o excesos de la autoridad, sino que era algo más profundo y terrible que venía del poder, con toda su perversidad siniestra y que lleva el nombre de terrorismo de Estado.
Todas estas imágenes aparecen vivas en mi memoria y siguen siendo el basamento indestructible, los pilares fundamentales que nos sostienen a quienes quedamos, para seguir adelante, manteniendo siempre nuestra convicción inquebrantable e intransigente, de no aceptar nada a cambio por nuestros hijos y familiares.
Ellos, los nuestros, se sublevaron como todo revolucionario con su espíritu revolucionario, que intenta cambiar las cosas.
Vieron la lucha armada como única respuesta a un régimen represivo, brutal y autoritario, cerrado al diálogo, emponzoñado de soberbia y con las manos bañadas de sangre.
Se enfrentaron en una guerra iniciada por el Estado Mexicano que, con toda su fuerza descomunal acometió contra ellos y contra todo lo que, desde su obtuso parecer, significara una amenaza para la estabilidad de su nefasto gobierno.
La impunidad absoluta de este aparato represor y de sus creadores, ha permitido que hasta nuestros días se siga cometiendo la desaparición forzada y se continúa arrojando lodo y agravio a nuestros familiares desaparecidos y a su lucha, que sólo fue la continuidad de otras luchas emancipadoras y origen de la nuestra, la del Comité Eureka, que estamos aquí para arrancar de raíz el agravio, para limpiar ese lodo y para seguir luchando por la vida y su libertad, como siempre, con todo el espíritu y una voluntad indómita.
Hemos querido ser un frente portador de vida, porque amamos a nuestros desaparecidos. Nunca hemos estado en disyuntivas en su búsqueda; nunca hemos pensado en su muerte. Son seres de carne y hueso y no personajes de novelas, buenas o malas, ni figuras de otras manifestaciones literarias que habrán de escribirse, ni nombres en una lista, ni imágenes fotográficas, ni sustento para que falsas ONGS se hagan de fama o de recursos económicos, y sobre todo, no son parte de una historia pasada, que es falso que nos haya marcado a todos por igual.
El puñal clavado tan profundamente por los malos gobiernos, tal vez sea retirado, pero la herida abierta sólo dejará de sangrar cuando sepamos dónde están los nuestros, y aún así quedará por siempre una cicatriz indeleble que nos recordará lo sufrido y que no permitirá que nuestra conciencia se aquiete mientras haya injusticia.
Ellos, nuestros amados, a los que buscamos afanosamente sin detener nunca el paso, no fueron bandoleros ni se lanzaron a la aventura, ni fueron terroristas; fueron hombres y mujeres que, nos guste o no, estemos de acuerdo o no con ellos o aprobemos o no la opción seguida en su camino, fueron privados de su libertad, sustraídos de la sociedad y de sus familias, con toda la violencia que un Gobierno puede ejercer, y recluidos en cárceles clandestinas, tanto en instalaciones gubernamentales como fuera de ellas; en donde, en una total indefensión, quedaron en manos de los más sanguinarios torturadores, despojándolos no sólo de su libertad sino también del amparo de la justicia o de las leyes que fueron violadas con toda flagrancia por quienes estaban obligados a cumplirlas.
La ferocidad de la desaparición forzada, llega y afecta a cada miembro de la familia.
Ayer mismo, uno de mis nietos me expresó, desde el fondo de su ser, sus sentimientos acumulados desde su infancia, y que hoy que ya es adulto puede decirlo sin ambages, lo que provoca que mi dolor sea más agudo, pues me di cuenta de que su juventud y vida han estado siempre marcadas por la tristeza y la desolación.
Me dijo:
“Abuela, qué bien que muchas personas estén felices por ese galardón tan importante que te van a entregar, aunque de sobra sé que desde que estoy junto a ti, que esto está muy lejos de ser lo que tú siempre has buscado.
Sé, abuela, que lo único que quieres es saber de tu hijo, al igual que todas las demás familias quieren saber de los suyos, pero quiero que sepas que he vivido muy enojado y hoy estoy lleno de rabia e indignación, porque sé que llevan más de 40 años luchando y esperando para que las cosas cambiaran y para que un gobierno justo llegara y buscara junto con ustedes a sus hijos, padres y hermanos, y que por fin terminaran con esa angustia que tanto las agobia y que he visto cómo poco a poco ha aniquilado su existencia”.
¿Y qué ha pasado? Más de un año de ese Gobierno, que creyeron firmemente que sería el añorado y con el cual no habría ningún obstáculo que salvar o acuerdo que negociar, como en antaño, y no ha sido así.
La justa ira de mi nieto es el resultado de saber que las familias de Eureka, hoy seguimos igual que hace tantos años, recibiendo escarnio y burla de los funcionarios.
La libertad de nuestros hijos y familiares, la justicia, la dignidad del pueblo y la paz, siempre han sido nuestras metas, claras, diáfanas, esplendorosas y que no admiten matices o esfuminos.
Esta presea, que lleva el nombre de un gran revolucionario, Don Belisario Domínguez, y con la cual hoy me honran, trae consigo un gran parto moral ineludible para mi conciencia, y que me alienta aún más a continuar luchando para liberar a esa justicia que fue amordazada y llevada a una cárcel clandestina hace ya tantos años.
Señor Presidente Andrés Manuel López Obrador, querido y respetado amigo:
No permitas que la violencia y la perversidad de los gobiernos anteriores siga acechando y actuando desde las tinieblas de la impunidad y la ignominia, no quiero que mi lucha quede inconclusa.
Es por eso que dejo en tus manos la custodia, tan preciado reconocimiento, y te pido que me la devuelvas junto con la verdad sobre el paradero de nuestros queridos y añorados hijos y familiares, y con la certeza de que la justicia anhelada por fin los ha cubierto con su velo protector.
Mientras la vida me lo permita, seguiré en mi empeño hasta encontrarlo.
¡Vivos los llevaron, vivos los queremos!: Rosario Ibarra.
SENADORA MÓNICA FERNÁNDEZ BALBOA: La Mesa Directiva, en nombre del Senado de la República, les solicita que, puestos de pie, guardemos un minuto de silencio, a fin de honrar la memoria de los miembros de la Orden Mexicana de la Medalla Belisario Domínguez, que han fallecido.
(Minuto de silencio)
Gracias. Sírvanse tomar asiento por favor.
A nombre del Senado de la República, expreso nuestro agradecimiento por su presencia en esta Sesión Solemne, al licenciado Andrés Manuel López Obrador, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos.
Agradecemos, también, al Ministro Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Nuestro agradecimiento a la diputada Laura Angélica Rojas Hernández, Presidenta de la Cámara de Diputados.
A la doctora Claudia Sheinbaum Pardo, Jefa de Gobierno de la Ciudad de México.
Al doctor Rutilio Escandón Cadenas, Gobernador del Estado de Chiapas.
Así como a todas y todos nuestros distinguidos invitados por su asistencia a esta Sesión Solemne.
Al concluir la Sesión, se solicita a los integrantes del presídium, a la Vicepresidenta y al Vicepresidente de la Mesa Directiva, así como a los coordinadores y coordinadoras de los grupos parlamentarios, se trasladen al Muro de Honor de la Medalla Belisario Domínguez, para develar el nombre de nuestra galardonada.
Asimismo, para que posteriormente nos traslademos al patio central para la guardia de honor ante la estatua del senador Belisario Domínguez.
Se les solicita a todos y a todas, ponerse de pie a fin de entonar el Himno Nacional.
(Himno Nacional)
Se da por finalizada la Sesión Solemne.
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