Senado de la República

COORDINACIÓN DE COMUNICACIÓN SOCIAL

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Palabras del Senador Manlio Fabio Beltrones R., coordinador del Grupo Parlamentario del PRI y presidente de la Junta de Coordinación Política en el Senado de la República, durante la presentación del libro “Yo Fui Plutarco Elías Calles”, de la autoría del Lic. Alfredo Elías Calles, en el patio central de la vieja casona de Xicoténcatl, el martes 12 de junio de 2012. 

Muy buenos días a todos ustedes. Les agradezco mucho que estén aquí en este viejo y recordado recinto de Xicoténcatl, donde por muchos años funcionó como sede principal del Senado de la República.

Hay alguna orientación que en el futuro esta sede alterna del Senado --que se conservará con algunas adecuaciones-- pase a ser biblioteca y archivo también del Senado de la República, y donde se celebren más eventos como éste, en el que aquí nos encontramos.

Saludo con enorme interés a la familia Elías Calles, a través de nuestro amigo Alfredo, autor de esta obra, que nos permite presentarla aquí en el Senado de la República.

Como también a mi amiga Beatriz Pagés Llergo Rebollar, Directora de la Revista Siempre! Y muchas cosas más, pero sobre todo amiga siempre interesada en los temas de la historia, la cultura y la trascendencia política.

Señoras; Señores:

“Yo Fui Plutarco Elías Calles”, obra que hoy se nos permite presentarla aquí en el Senado, me resultó en especial un excelente relato que nos comparte su nieto Alfredo, en original perspectiva mediante  rigurosa y extensa investigación pero, sobre todo, por  la intimidad familiar que privilegia su narración.

Por ese camino, Alfredo recrea una “versión jamás contada” que es, sin duda, una muy buena oportunidad de reencontrarnos, sin velos ni distorsiones, con un gran hombre versátil que fue  maestro, soldado, general, político y estadista.

Alguna preocupación y atención genera en Alfredo, además, cuando al final de esta obra insiste en querer tocar al hombre que jamás fue descrito con toda esa dimensión, en otras obras escritas alrededor de lo que fue su historia.

Para nosotros ya y desde hace mucho tiempo, resulta un mexicano sin cuya personalidad es impensable la historia de la Revolución como puntal en la gran triada sonorense con Álvaro Obregón y Adolfo de la Huerta.

¡Bienvenido señor senador Pedro Joaquín Coldwell, siempre, a esta tu casa, el Senado de la República!

Agradecemos mucho tu presencia Pedro, que siempre has estado interesado también –y lo hemos conversado en diferentes ocasiones-- sobre el tema de lo que es el referencial histórico de la importancia de Plutarco Elías Calles, sobre todo en la creación de instituciones, una de ellas el Partido Revolucionario Institucional, que hoy con talento encabeza nuestro amigo el senador Pedro Joaquín Coldwell.

Comentábamos que es un mexicano, sin cuya personalidad es impensable la historia de la Revolución, como ese puntal decíamos, de la triada sonorense, con Álvaro Obregón y Adolfo de la Huerta.

Pasajes interesantes, además de la relación entre unos y otros, que nunca habían sido concatenados de tal manera y presentados sobre todo en la intimidad, sobre la relación de unos y otros, y el rompimiento de la relación entre unos y otros.

Es que cuando ustedes –si no lo han hecho, y yo recomiendo que lo hagan-- disfruten esta obra, hecha de verdad con mucho interés e investigación por Alfredo, con el uso de la primera persona, que da autenticidad, autoridad y valor a la calidad del relato de Alfredo Elías Calles, es que el escritor enriquece el enriquece el género de la biografía histórica de primera mano, que seguramente compartió con la familia del General, intuyo que en algún momento directamente, aunque sea a corta edad, y emocionantes crónicas que se van relatando de las experiencias y los diversos acontecimientos, y otros que provienen no del gran Archivo Calles-Torreblanca, sino de la memoria familiar, que también ha alentado el archivo.

Este apasionante texto nos sitúa en la perspectiva histórica de aquellos agitados años: revive situaciones y analiza innumerables sucesos  que por su trascendencia van más allá de la anécdota y que, hábilmente eslabonados, enriquecen las fuentes de nuestra historia contemporánea.

Ahí entiendo yo la “versión jamás contada”.  Tiene esta narración vínculos muy estrechos con lo mejor del género. Para no ser prolijo, pienso entre dos extremos y dos épocas, en Martín Luis Guzmán con "El Águila y la Serpiente" y "La Muerte de Artemio Cruz", de Carlos Fuentes.

Dos obras necesarias para entender buena parte de la historia, que fue contada de manera propia.

Aquí encontramos que Plutarco Elías Calles, como suele ocurrir en la frontera, el desierto o la sierra sonorense, es un hombre producto de su esfuerzo.

Bien se relata en esta obra, cómo desde niño –como buena parte de los sonorenses-- se enfrentó a la adversidad, no sólo del clima y la región, de suyo imponente, sino también al desamparo familiar y a la orfandad, pues vivió con los tíos maternos y después reencontró a su padre y a su querida abuela paterna, forjándose un carácter sobrio, autosuficiente.

Encontramos lo que ya sabíamos, pero narrado de manera sumamente ágil. Fue exigente consigo mismo, como lo fue con quienes le rodearon, solamente así podríamos entender cómo subsistió en momentos tan difíciles de México. Pero también ahí entenderíamos cómo forjó su sensibilidad propia de quienes deben y pueden gobernar su entorno, su comunidad, la región o aún el país mismo.

Cómo superó los fracasos que pudo haber tenido, inicialmente como empresario, en momentos en los que las garantías para hacerlo no existían. Y que lo que existía era propiamente la imaginación que podía llevarlos a pensar en cómo superar las dificultades y la adversidad.

Por ello la narración, como en una rapsodia, armoniza en sus historias cortas los recuerdos de un día, de un acontecimiento o de un periodo determinado, sus contrastantes y breves relatos semejan vigorosas pinceladas con las que se crea un macizo mural histórico que  apresa el interés del lector continuamente.

Es una obra que puede ser leída rápidamente, porque atrapa y lo invita a seguir viendo cómo el hombre, el estadista, el gobernante, el militar, el aprendiz, el maestro, va desenvolviéndose en etapas muy importantes de su vida. Es que, el General Plutarco Elías Calles es imprescindible para explicar la historia moderna de México, y para hacerlo es necesario revisar la historia real del México en el que vivimos y del cual somos parte muy importante.

Aquí recuerda y bien, cómo fue indispensable con Álvaro Obregón. Cómo se conocieron ambos Generales. Cuál fue la primera impresión de Obregón sobre de él, principalmente al sufrir su primera derrota militar, antes de instalarse como un genio también en la materia, atrás siempre de Obregón en la parte militar.

Relata cómo ellos dos se enlazaron y apoyaron a Venustiano Carranza, y después por su propia cuenta encauzaron la Revolución hacia la Constitución, el programa social que nos transformó en una sociedad moderna y nos dio la estabilidad que necesitábamos después del movimiento armado.

Sí, se recuerdan también temas ya sabidos, pero que vienen aderezados de muchas otras, que ustedes no conocen y que estoy seguro estarán interesados en ver.

No nada más si nació en Guaymas, en el 77 del Siglo XIX, donde fue maestro y director de escuelas ("cuando México tenía nueve millones de habitantes", nos dice el autor), para dejar las aulas en busca de mejores oportunidades de sustento para su familia, tuvo que sacrificar mucho de lo que para él era apasionante, el estar cerca de los suyos.   

En realidad aquí entendemos que nunca dejó de ser maestro, con esa capacidad intrínseca de quienes están al frente del aula para observar, investigar, aprender, enseñar, prever acontecimientos, planear actividades y sobre todo para buscar soluciones a los problemas, que de eso se trata la enseñanza, y para eso se es maestro.  

Es fácil entender, con el ambientado y puntual relato de Alfredo, cómo con el colapso de la Revolución Maderista a manos de Victoriano Huerta, el joven Calles decidió abandonar el oficio de comerciante e industrial para combatir la usurpación, ocupando su lugar entre los sonorenses que respaldarían el Constitucionalismo.  

Ello, como nos muestra Calles en sus recreadas memorias, “desde el más allá”, constituye una diferencia fundamental entre los afanes revolucionarios de muchos que lo consideraban como una “cuestión de ilusiones”  y, otra, la realidad de gobernar.

Es que gobernar sin ley, sin rumbo, sin planes ni contenidos sociales sólo puede llevar al caos y la revuelta permanente. Ese era el pensamiento de Plutarco Elías Calles, que nos enseñó en distintas ocasiones, sobre todo en las difíciles circunstancias y momentos en los que México parecía no iba a subsistir, después del movimiento armado y de muchos de los asuntos que vinieron como los prolegómenos de una vida institucional.     

Esta fue su convicción: construir un modelo funcional y eficaz, apropiado a la circunstancia del país, que dejar a un lado las pasiones que se generan por los hombres y encausarlas a través de las instituciones, que ordenan la vida civilizada de los hombres.

Recuerda muy bien y me gusta señalarlo, cómo el General Calles sucedió en la Presidencia de la República a su amigo, Álvaro Obregón. Es que ambos por muchos años y con muchas luchas de por medio, fueron coincidentes y conscientes de la importancia de trasladar los principios constitucionales a la obra del gobierno, pero sobre todo, darles continuidad de largo plazo mediante las instituciones.

Como se supone diría el General Plutarco Elías Calles del libro, se sentía obsesionado con la tarea de edificar un estado moderno.

Me capturó --y quiero decirlo abiertamente, por ser lamentablemente un dilema que no ha perdido actualidad en el tiempo-- el relato de un deseo de muchos. Dijo, en esta obra escrita por Alfredo: "tuve la firme intención de alejar a México de la ciencia del engaño. Apartarlo de escuchar el canto de las sirenas. De los programas de armonías imposibles que eran el anzuelo de las promesas que los políticos de los tiempos suelen imprimir a sus discursos”.

Poco ha cambiado. Hoy, nuevamente y quizá por siempre, podamos estar atrapados en esos  discursos de las promesas de los políticos, de los tiempos que suelen imprimir solamente ilusiones poco consistentes.

Antes como hoy, podría decir, “la población tenía premio de orden, de crédito y certidumbre del futuro material”. Y del irremediable mandamiento de la justicia social, agregaría yo.

Fue calles, y así lo plasma también esta obra: un constructor de instituciones.

El autor, con pluma ágil y discreta, en oposición a la llamada “historia de bronce”, cuyos protagonistas carecen de contrastes, nos muestra el lado más humano del personaje, de un Calles que sabía del valor de la paz y de su necesidad para el desarrollo y el futuro del país, pero también de carne y hueso, que sabía amar, que sabía sentir, que sabía sufrir, que sabía querer y que sabia recordar los amores y  también las traiciones.

Me gustó la manera como aborda uno de los temas más polémicos de su acción política y ejercicio de gobierno, el ejercicio del estadista, es que tenemos necesariamente que recordar que tras un complicado conflicto religioso, que por cierto, hoy trata de reinventar la historia a través –incluso-- de una película que poco se acerca al momento de la realidad que se vivía en aquellas épocas y después con el asesinato de su amigo el General Obregón, su reflexión en esta rapsodia, relatada por Alfredo es elocuente: “en ese momento determinante, de haber tenido ambición política para permanecer en el poder, lo hubiera hecho sin dificultad y las corrientes políticas lo hicieron evidente. Mi decisión fue terminante: no más caudillos”.

Esa es la parte importante del evento político de la transición en aquel tiempo, los hechos históricos concuerdan con este lúcido monólogo interior, recurso de la mejor literatura moderna, que nos permite observar el profundo flujo de la conciencia del personaje.

La muerte del General Obregón le llevaría a transitar –como todos lo sabemos-- de la época de los caudillos a la época de las instituciones, quién no recuerda su memorable discurso de septiembre del 28, en el cual habla de la necesidad de la Nación de instituciones y leyes.

Quién no tiene en mente la manera como una de esas instituciones lo fue la creación de un partido político que acabó con tantos partidos políticos estatales y lo hizo nacional para  así edificar la paz, entre todos aquellos que habían buscado a través de la revolución, la justicia.

Quién le escapa la creación  de otras memorables instituciones, el mismo Banco de México, pero también apoyado  por muchas otras lúcidas mentes que terminaban participando políticamente en la pluralidad.

Calles, se sabe, ejerció una influencia política indiscutible en los años posteriores a su mandato.

Entonces, así llegó y bien relatado, el momento de su exilio.

Después de haber  institucionalizado el país y no poner resistencia a lo que a él pudiera parecerle injusto o mal trato, pero al final de cuentas lo que importaba era un país, y no regresarlo nuevamente a la violencia.

Que fue o era posible que él mismo --cuántas veces no lo hizo junto con el General Obregón-- la abordara nuevamente, rompiendo así con su principal obra, que era haber regresado la paz al país, la vida institucional y sobre todo la búsqueda de soluciones a los problemas.

La verdad es que se abordan de manera muy inteligente. Yo recomiendo su lectura y sobre todo no en un solo día; es para disfrutarlo por varios días, sabiendo que tiene algo qué hacer y en dónde aprender.

Se afirma en la novela, que finalmente Calles sería “el albañil que ladrillo sobre ladrillo, construyó un nuevo proyecto de Nación”. Y yo coincido en ello y mucho lo he dicho desde hace tiempo. Sin duda, el México de Calles, con  sus 15 millones de habitantes, pudiera parecernos no muy distinto al del presente, con 112 millones.

Enfrentamos --y aquí yo descubría-- desafíos similares, no obstante el paso de los tiempos.  La paz social sufre el agravio de la violencia y la delincuencia organizada, hay falta de empleos y una gran pobreza. Pero a diferencia de antes, contamos con instituciones y desarrollo político para hacerles frente. Confiamos en nuestra experiencia histórica.

En México, desde hace mucho tiempo, ya no hay lugar para los caudillos.

La verdad es que la ficción se asemeja a la realidad o quizá ésta la supera. En esta narración de “realismo-mágico-político”, Alfredo Elías Calles ha sabido utilizar diestramente una mezcla única de ficción y realidad.

De ficción, es que el protagonista pueda contar “desde el más allá” sus memorias y, la realidad, es que éstas coincidan y enriquezcan el devenir histórico.

Tal vez un título que complementaría el del libro de Alfredo sería el de “Un Nuevo Calles” por lo que aporta de testimonios y noticias con amenidad y rigor de una personalidad que estaba en un injusto contraste del blanco y negro. El libro, logra su cometido.

Solamente quisiera para terminar, robarles un minuto más de su atención, porque el cierre que busca antes del agradecimiento Alfredo, quizá nos lleve y nos motive a muchas reflexiones.

Aquí además de descubrir cómo, desde sus orígenes de Pata Salada en Guaymas,  hasta su exilio en donde puede alegremente disfrutar un baile de “nigth and day”, en San Diego

Nos  repasa hacia lo que le llama el capítulo del lenguaje de los muertos. En donde Alfredo, ya narra cómo piensa podría serlo el General un recuerdo de su vida, lo supones. Porque siempre en política, en la vida y en otros  más, existe el suponer qué hubiera pasado; qué hubiera pasado si el señor Madero se hubiera contentado con la salida de don Porfirio, en lugar de haber persistido en otras tareas.

Qué hubiera pasado si don Venustiano Carranza, no se hubiera obstinado en tratar de imponer a un hombre que no tenía nada que ver con el movimiento y sobre todo con la búsqueda de institucionalizar el país, y le hubiera respetado a Obregón su acceso a la Presidencia.  

Qué hubiera pasado si Villa, que conoció como un Coronel emergente  --que lo había impresionado--, no hubiera sido ese revolucionario mezclado con bandolero, lo que fuera en su momento y se hubiera firmado la pipa de la paz entre Obregón y Villa, junto con Carranza.

Qué hubiera pasado con Zapata, que hubiera escuchado la convocatoria de Carranza, para ya constitucionalizar la vida del país.

Qué hubiera pasado si Adolfo de la Huerta (Fito), hubiera respetado el tránsito de Obregón a Calles y de Calles podría haber sido Fito otra vez. Y entonces la tríada hubiera funcionado perfectamente bien. Los tres mosqueteros hubieran salido triunfantes, quizá todo hubiera cambiado.

Qué hubiera pasado también si el General Lázaro Cárdenas, hubiera dejado en sus playas de Sinaloa al General Calles, en donde se encontraba muy a gusto, antes de mandarlo a llamar para sacarlo del país.

Qué hubiera pasado con tantos “supones”, si la Iglesia hubiera respetado al Estado, si en su momento hasta pudiera haber como lo dice Alfredo solicitado que le hubiera mandado a las monjitas de Santa Brígida a atender su pierna siempre enferma, a las cuales nunca pudo acudir por estos  desencuentros.

Pues muchos “supones” que siempre acompañan a la política, y la verdad es que la historia ya está escrita, y que todo se hace día a día, atendiendo la circunstancia, el momento y tomando las decisiones más adecuadas y convenientes.

Al final se encontrarán los resultados que sellan la vida de cada quién y hacen la historia de todos. La historia de Calles es la historia bien contada de manera excepcional, que hizo que en momentos de enorme dificultad, México pudiera alcanzar su vida institucional y por ello se le recodará siempre.

¡Que disfruten esta obra! Para mí fue un reencuentro adicionalmente con el estadista, con el hombre de carne y hueso, que siempre hay que tocar para saber que existe.

Muchas Gracias.

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