Senado de la República

COORDINACIÓN DE COMUNICACIÓN SOCIAL

Versión estenográfica del mensaje del senador Roberto Gil Zuarth, presidente de la Mesa Directiva del Senado de la República, en el marco del Homenaje a la ministra Olga Sánchez Cordero y al ministro Juan Silva Meza, por su trayectoria en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, por parte de la Asociación Nacional de Magistrados de Circuito y Jueces de Distrito del Poder Judicial de la Federación A. C.

PRESENTADOR: Escucharemos las palabras del doctor Roberto Gil Zuarth, presidente de la Mesa Directiva del Senado de la República.

SENADOR ROBERTO GIL ZUARTH: Muy buenas noches tengan todos ustedes.

Quiero agradecer al Centro Libanés por esta y merecida distinción, y sobre todo por los buenos augurios que tuvo en algún momento. Nunca más me resistiré a alguna invitación del Centro Libanés, porque trae buenas cosas, lo puedo atestiguar de manera directa.

Pero sobre todo, en este momento, en este muy especial momento en el cual honramos dos trayectorias, pero sobre todo a dos personas entrañables para muchos de nosotros.

Dos ministros que llegan al final de un camino y que sin lugar a dudas han sido agentes centrales de los cambios profundos en los paradigmas constitucionales que hoy nos rigen.

No exagero al decir que la generación del 94-95 es a la que le debemos en buena medida la explosión jurisprudencial de los derechos constitucionales que se ha dado en la primera década de este siglo.

En cada ponencia, en cada pronunciamiento de votos particulares, en debates polémicos, decisión tras decisión, votación tras votación, ambos ministros fueron preparando el terreno que ha derribado, sin lugar a dudas, los obstáculos para construir un sistema jurídico más vigoroso y por qué no decirlo también, un sistema jurídico cada vez más justo.

Fueron distintas las capacidades que los hicieron meritorios de ocupar un asiento en la Corte. La ministra Sánchez Cordero construyó su fortaleza desde fuera del Poder Judicial, aunque fue juez; mientras que el ministro Silva Meza fue escalando uno a uno los peldaños de la carrera judicial.

La trayectoria y la doctrina de los juristas que hoy honramos, nos demuestran que ese debate simplista que reduce las personalidades por definición complejas en dicotomías absolutamente artificiales, progresistas, liberales, estatistas, conservadores; etiquetas todas que ni juntas podrán definir la riqueza intelectual y ética de don Juan y de nuestra entrañable Olga.

Como se dice comúnmente, el origen no es destino. No es la trayectoria en la que determina con cuánto fervor se defienden las causas que uno abraza.

No es el mero conocimiento de la ley lo que abre cauce a una interpretación audaz.

No es tampoco la sola práctica la que garantice un buen desempeño y un buen legado.

Es, sobre todo, la pasión con la que se analiza la Constitución; esa pasión que se alimenta con visiones éticas propias y profundas, la que permite que ese estudio de la Constitución sea acucioso, comprometido, responsable.

Mucho debe lamentarse que una mujer que rompió el techo de cristal que siguen sufriendo tantas mujeres hoy en día, se despida en breve de la Corte.

La Ministra Olga Sánchez Cordero es un ejemplo. Una mujer que supo insertarse en el órgano máximo de decisión judicial; que supo ejercer ese poder con responsabilidad.

Una mujer que sirvió para demostrar a tantas otras que podían ser notarias, cuando ninguna otra lo había sido; que podía alcanzar la cúspide del Poder Judicial cuando ese destino parecía imposible; que podían ser protagonistas de la vida pública mexicana, cuando muchos de sus derechos en los hechos estaban negados.

La Ministra sirvió de portavoz, de representante y aliada para muchas mujeres, las de su generación, pero también la de nuestras hijas.

El derecho a decidir sobre su cuerpo y sobre su vida; el derecho a amar a quien queramos y a que la ley y la sociedad lo reconozcan; la idea de que la familia no se determina en el Congreso sino en la dignidad y en la autonomía personal; que el plan de vida personal de cada uno no depende de la aritmética de una votación sino de nuestra fortuna para encontrar con quién compartirla.

Sin duda falta un camino muy largo por andar. No podemos hablar de equidad en todos los espacios de decisión y la realidad cotidiana. Sin embargo, gracias a la tenacidad de doña Olga las mujeres mexicanas hoy tienen un panorama más amplio, más prometedor, más justo, que el que tenían en 1995, cuando Olga se puso sobre sí la toga y sobre sus hombros la responsabilidad de defender os derechos de todas, pero también de todos.

También el ministro Juan Silva Meza lo vamos a extrañar. Bajo su presidencia, nuestra Suprema Corte adquirió una relevancia internacional que antes pensábamos monopolio de la Corte Warren o de la Corte Gavilla.

Durante su mandato la Corte nos dio una razón más de orgullo nacional al ser reconocido con el Premio de Derechos Humanos de Naciones Unidas; la primera y única institución pública en la historia, meritoria de este premio.

El gran debate de la Corte en el caso Radilla, abierta por cierto en una cuestión a trámite y sin acción constitucional de por medio, fue incluida por la UNESCO en el Programa Memoria del Mundo, que busca preservar y proteger las instituciones descritas como patrimonio mundial.

Por si esto fuera poco, el ministro supo defender la minoría conquistando a la mayoría; defendió la libertad de expresión en el caso del Poeta Maldito, demostrando que defender el derecho a la palabra es a veces mucho más importante que defender la pertinencia y corrección estética de su contenido.

Apoyó también la idea de que los derechos tienen que estar escritos para ser reconocidos. La presunción de inocencia, como el eje del sistema penal, aun cuando no se había definido como directriz en la Constitución.

Los tratados internacionales como marcos de las normas internas y de aplicación directa por parte de nuestros juzgadores.

El interés legítimo como vía de acceso a una justicia restringida por formalidades de procedencia.

Hoy, todas realidades de nuestro sistema jurídico.

Don Juan y doña Olga:

Dejan la Corte pero nos dejan su legado.

Van al retiro jurisdiccional pero jamás a la condición de cosa juzgada en su presencia entre nosotros.

Han asumido a cabalidad la responsabilidad que juraron al recibir su encomienda.

Ahora nos toca a nosotros, de manera humilde, honrar ese legado, perpetuar su trascendencia, garantizar su permanencia.

En la decisión que tomaremos de quién habrá de sustituirlos, definiremos en buena medida el futuro de nuestra Nación y de nuestro sistema jurídico.

Estaremos delineando el espacio de derechos y de libertades, pero también las vías para pacificar nuestra convivencia.

Tenemos el doble deber de romper techos de cristal.

Por un lado, el que hace años rompió nuestra Olga, en la notaría, y después en la Corte.

Pero también el techo de cristal que puede diluir el sentido del mérito, el espíritu de cuerpo del Poder Judicial.

Debemos honrar la honorabilidad, la vocación republicana, la defensa férrea de la autonomía del Poder Judicial, el compromiso ético con los derechos humanos de Don Juan Silva.

También, la sensibilidad, la alegría, la inteligencia, el buen juicio de nuestra querida Olga.

Queridos ministros:

Enhorabuena.

Gracias y hasta siempre.

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