Senado de la República

COORDINACIÓN DE COMUNICACIÓN SOCIAL

* Palabras del senador Enrique Burgos García, durante la inauguración del seminario “La Constitución, análisis rumbo a su centenario”, celebrado en la antigua sede del Senado, en Xiconténcatl, el lunes 13 de abril de 2015

Ya avanzado el tercer milenio y cercanos al primer centenario de la promulgación de nuestra Constitución, es fácil advertir cómo las sociedades contemporáneas han dado testimonio de las más formidables transformaciones. 

En más de nueve décadas, México y el mundo de hoy viven escenarios muy distintos.

La visión del planeta como una aldea global o esa ola incontenible de la información a la que alude toffler, la emergencia de una sociedad dinámica y crítica, el acelerado crecimiento demográfico, las variables de la economía mundial, los hidrocarburos, el medio ambiente, la pobreza, la ignorancia y los fanatismos.

También la injusta distribución de la riqueza, el desplazamiento de la mano de obra, las grandes concentraciones urbanas, el mestizaje y las etnias, y particularmente esa síntesis de realidades que conocemos como la cuestión social, evidencian la atmósfera densa por la que los mexicanos transitamos.

Éstos y otros factores colocan en un primer plano el debate sobre la vigencia, no sólo formal sino real, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

En este breve comentario, vale la pena recordar, como referencia general, que no podemos perder de vista que, sin ignorar el fenómeno de la globalización, es indispensable pulir la memoria histórica del pueblo mexicano.

Realizar una especie de dialéctica para tener presente que, con toda proporción guardada en tiempos y circunstancias, a veces la historia se repite y con ella los riesgos y los amagos, de dentro y de fuera, y no tenemos más tierra ni más cielo que el de esta patria nuestra, la de nuestros padres y la de nuestros hijos; que como colectividad no tendremos más oportunidad que la que no seamos capaces de generar nosotros mismos, sin espejismos, sabedores de que somos una nación plural, con diversas expresiones políticas, con etnias y culturas diversas; no obstante, nos debemos afianzar en un indispensable punto común de referencia: la Constitución.

Si la Constitución debe conducir armónicamente las grandes transformaciones de cara al mundo, perceptiva ante los ineludibles ajustes que impone el tiempo nuevo; si los cambios constitucionales se requieren como andamiaje indispensable de la sociedad política organizada, hagamos lo conducente.

En el seno del mismísimo Congreso Constituyente del diecisiete, surgió la oportunidad de prefigurar un Estado fuerte y conciliador al propio tiempo, en el que hoy, por imperativo de la realidad, tienen cabida reivindicaciones extremas, pero dentro de las fronteras éticas y políticas de la nación.

No caigamos tampoco en los mimetismos políticos o doctrinarios, en encubiertos sectarismos o inaceptables tutelajes, los cuales en vez de buscar progresos, huelen a regresión.

No perdamos de vista el valor de la originalidad del constitucionalismo social mexicano, originalidad que no sólo se finca en su concepción conciliadora de lo social y lo individual, sino en su audacia y nitidez con la cual asume el sentir de la nación, en su fidelidad para mirar al futuro sin ruptura con las decisiones políticas fundamentales.

No olvidemos que nuestra Constitución previó su propia reformabilidad; por esa vía la nación puede encontrar reconciliación y consensos esenciales. si la política es, ante todo, una búsqueda de acuerdos entre los componentes sociales para asomarse al tiempo futuro con sentido de viabilidad, hoy nuestra Constitución representa no sólo el mejor, sino el único camino, el basamento para un gran acuerdo social y político.

Cuando alguien me dice que la Constitución ha envejecido, suelo recordar las palabras de Don Jesús Romero Flores –el último de esa estirpe de hombres sencillos y de sentido común que no se envanecieron con su obra, pero estaban seguros de ella, de su sinceridad y de su fuerza- cito: “estamos ayunos de muchas cosas; más, ante el presente mundo confuso, en nuestra Constitución encontramos una síntesis ideológica que nos permite pasar indemnes ante quienes, en nombre de la justicia, pretenden ahogar la libertad y ante quienes, en nombre de la libertad, intentan perpetuar la injusticia. Sí, llegamos tarde al siglo xx, pero por llegar transformando para mejor construir, por haber determinado popularmente objetivos, normas y métodos para edificar, por haber obtenido síntesis de ideas, nos acercamos antes al siglo XXI”.

No arrojemos, pues, por la borda la fuerza y la vigencia de esas voces, no ignoremos el vigor de una auténtica dialéctica popular; ello nos conmina a apartarnos de lo que nos separa para encontrar la reconciliación como fuente viva de esperanza.

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