Senado de la República

COORDINACIÓN DE COMUNICACIÓN SOCIAL

Versión Estenográfica de la conferencia magistral “Reencuentro España-México, 40 años después”, impartida por el presidente de honor de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Marcelino Oreja Aguirre, a la que convocan la Mesa Directiva y el presidente del Senado de la República, senador Pablo Escudero Morales.

SENADOR PABLO ESCUDERO MORALES: Muy buenos días tengan todos ustedes. Les agradecemos por acompañarnos esta mañana a la conferencia magistral de don Marcelino Oreja Aguirre, en el marco de la celebración de los 40 años de las relaciones diplomáticas entre México y España.

Y agradezco la presencia de don Marcelino Oreja Aguirre, exministro de Asuntos Exteriores de España y actual presidente de honor de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

Sea usted bienvenido, don Marcelino. Es un placer tenerlo aquí.

También del excelentísimo señor Luis Fernández-Cid de las Alas Pumariño, embajador extraordinario y plenipotenciario del Reino de España en México, y nuestro amigo. Bienvenido también.

Del embajador Francisco del Río, director general para Europa de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Gracias.

Del senador Rabindranath Salazar Solorio, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de Europa.

De la senadora Blanca María del Socorro Alcalá, vicepresidenta de la Mesa Directiva del Senado de la República.

De la senadora María Elena Barrera, secretaria también de la Mesa Directiva.

Y de nuestro amigo, el vicepresidente de la Mesa Directiva, del senador Octavio Pedroza. Bienvenido.

A nombre del Senado de la República, me corresponde darle la más cordial bienvenida a don Marcelino Oreja Aguirre, exministro de Asuntos Exteriores de España y actual presidente de honor de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, a este recinto.

Lo mismo que a nuestro amigo, el embajador extraordinario y plenipotenciario del Reino de España en México, excelentísimo Luis Fernández-Cid de las Alas.

Saludo también al senador Rabindranath.

Compañeras y compañeros legisladores. Distinguidas personalidades y todos invitados especiales que nos acompañan el día de hoy.

Hace 40 años, el 28 de marzo de 1977, México y el Reino de España decidieron restablecer relaciones diplomáticas, luego de estar suspendidas por más de tres décadas tras concluir la Guerra Civil Española en 1939.

Esta decisión acercó nuevamente a dos naciones unidas por vínculos históricos y una herencia cultural común, que van más allá de la distancia geográfica que nos separa.

Al mismo tiempo, España asumía la senda hacia la transición democrática tras la celebración de las primeras elecciones y la consolidación de la monarquía, dejando atrás el autoritarismo.

Estos acontecimientos fueron claves para reavivar el interés del Estado mexicano, para dar los primeros pasos en la reanudación de los vínculos formales con España.

En ese entonces, después de un análisis profundo y de un diálogo con los republicanos españoles, México termino la relación formal con el entonces gobierno de la República española en el exilio.

En la ceremonia del anuncio formal, el presidente de la República española, José Maldonado, ante la presencia del presidente mexicano José López Portillo, expresó su reconocimiento al gobierno y al pueblo de México por la ejemplar solidaridad que se tenía con la República española y con sus compatriotas, que fueron recibidos en nuestro país.

Se refería desde luego al exilio español, a partir del cual grandes instituciones mexicanas como el Colegio de México, fueron fundadas; y al proceso mediante el que grandes personajes de la diplomacia mexicana, como don Gilberto Bosques, contribuyeron a mantener la cercanía entre los pueblos, aun en los momentos más difíciles para la comunicación y el diálogo entre gobiernos.

La conferencia magistral que hoy nos reúne, que impartirá don Marcelino, nos brinda una oportunidad única de conocer de primera mano la experiencia de uno de los artífices del proceso de normalización de las relaciones diplomáticas entre México y España; siendo de especial relevancia los encuentros que tuvieron en aquel país con su homólogo mexicano, Santiago Roel.

También son evidentes los excelentes resultados derivados de los intercambios económicos, comerciales y de inversión. México es la octava economía de mayor importancia para España; el primer destino de las exportaciones españolas en América Latina y el primer inversor latinoamericano.

Otro punto de referencia son las interacciones culturales, artísticas y humanas entre nuestros pueblos, que son innumerables.

Los dos países además hemos desarrollado vínculos de cooperación en las materias educativa, cultural, científica, tecnológica, turística y energética, entre muchas otras.

Juntos hemos concertado posiciones conjuntas en espacios multilaterales, a fin de alcanzar soluciones tanto a los desafíos globales como a aquellos que aquejan a la región iberoamericana.

En perfecta convergencia, México y España hemos impulsado el desarrollo de la comunidad iberoamericana y fomentado el diálogo y la cooperación interregional entre la Unión Europea y América Latina.

Estoy plenamente convencido de que ambos países continuaremos forjando una visión de colaboración para el futuro, trabajando para profundizar nuestra amistad y aprovechando las perspectivas que ofrece la interacción bilateral para horrar como hoy honramos a don Marcelino Oreja Aguirre.

A todos quienes desde ambos lados del Atlántico han luchado por ver este sueño de amistad, diálogo, intercambio y cooperación hecho realidad.

Enhorabuena a todos por el 40 aniversario del Restablecimiento de las Relaciones Diplomáticas.

Muchas gracias.

Ahora le damos el uso de la palabra al embajador extraordinario y plenipotenciario del Reino de España en los Estados Unidos Mexicanos, Luis Fernando Cid de las Alas Pumariño.

EMBAJADOR LUIS FERNANDO CID DE LAS ALAS PUMARIÑO: Muchas gracias, presidente.

Señor presidente; señora vicepresidenta de la Mesa Directiva; señor vicepresidente de la Mesa Directiva; señor senador, presidente de la Comisión de Relaciones con Europa; querido amigo Francisco del Río, embajador director de Europa de la Secretaría de Relaciones Exteriores; señora secretaria de la Mesa Directiva; señoras y señores senadores; señoras y señores:

España y México celebran este año un aniversario muy significativo en sus relaciones diplomáticas.

En efecto, hace 40 años el 28 de marzo de 1977, el canciller de México, Santiago Roel, y el ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja, procedían un intercambio de notas verbales a partir del cual nuestra relación bilateral se dotaba de una serie de instrumentos y adquiría una dinámica que resultaron en una profundización e intensificación de las relaciones, cuyo resultado más evidente es el extraordinario estado que hoy tienen España y México en su relación bilateral.

Es para mí un especial honor como embajador de España y como español, asistir en el Senado de la República de México a esta conferencia magistral que imparte uno de los protagonistas destacados de la historia de nuestras relaciones diplomáticas.

Me van a permitir que haga una pequeña glosa, muy pequeña, que se van a quedar fuera, querido Ministro, muchos de tus méritos de Marcelino Oreja Aguirre.

Embajador de España; Ministro de Asuntos Exteriores, el 28 de marzo de 1977.

Marcelino Oreja es doctor en Derecho, ingresó en la carrera diplomática en 1960 y ha desarrollado una importante e intensa actividad, tanto en España como más allá de nuestras fronteras.

Como académico, ha sido profesor de derecho internacional en ICADE, profesor de derecho diplomático en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad de Madrid.

Profesor de Política Exterior Contemporánea en la Escuela Diplomática. Miembro del Claustro de Profesores de la Escuela Diplomática. Director Adjunto de la Escuela de Funcionarios Internacionales.

Es miembro de la Academia Europea de Ciencias y Artes y es miembro de la Real Académica de Ciencias Morales y Políticas cuya presidencia ostentó en dos ocasiones y actualmente es presidente de honor.

En España, tras ocho años como Director de Gabinete del Ministro de Asuntos Exteriores, fue subsecretario del Ministerio de Información y Turismo, y en el primer gobierno de la monarquía fue Subsecretario de Asuntos Exteriores, pasando a ser designado en julio de 1976 Ministro de Asuntos Exteriores, cartera que dirigió hasta 1980.

En la política nacional fue senador por designación real en las cortes constituyentes de 1977, y diputado en tres legislaturas: en 1979, en 1982 y en 1993. En esta última legislatura, presidiendo la Comisión Mixta Congreso-Senado para Asuntos Europeos de las Cortes Generales.

Fue delegado del gobierno del país Vasco con categoría personal de ministro en 1980, y vicepresidente del Partido Popular de 1989 a 1990.

En 1984, siendo miembro de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa fue elegido, tengo que decir por mayoría absoluta, Secretario General de dicha organización cuyo cargo ocupó hasta 1989.

En 1989 fue elegido parlamentario europeo y presidente de la Comisión de Asuntos Institucionales del Parlamento Europeo, recibiendo el encargo de la redacción de un texto de constitución europea.

En 1994 es nombrado comisario europeo de Transportes y Energía y en 1995 Comisario de Cultura Audiovisual y Cuestiones Institucionales.

Tras abandonar la política ha ocupado puestos de dirección en la empresa privada y actualmente, como he señalado, es activo académico y debo decir que ha recibido el premio Carlos Quinto de la Academia Europea de Juste, que le será entregado el próximo mes de mayo. Enhorabuena amiguito.

Tras este, como decía, incompleto repaso de la biografía de Marcelino oreja, no cabe duda alguna de que difícilmente podría haber mejor rector de la política exterior de España que él.

Fue ministro de Asuntos exteriores en años decisivos para España, que iniciaba su andadura política, constituyendo una democracia llena de retos, tanto interiores como exteriores.

La experiencia y pericia del embajador Oreja coadyuvaron a la formación y consolidación de la nueva democracia española, haciendo de él protagonista indiscutible de unos años enormemente decisivos para nuestro país.

Con México, como decía al principio, a partir de marzo de 1977 se impulsó una relación bilateral cuyo último testigo es la exitosa Decimosegunda Comisión Binacional que se ha celebrado en Madrid la semana pasada.

Sin duda alguna, el protagonismo y la absoluta importancia de Marcelino Oreja en toda esta andadura, tanto en la consolidación de la España democrática como de la política exterior de una España que se salía al mundo después de unos años de cerrazón, es absolutamente fundamental.

Señor presidente;

Señoras y señores miembros de la Mesa Directiva;

Señores senadores;

Señoras y señores:

Quiero agradecerles enormemente el abrir hoy las puertas de esta Cámara para poder escuchar la conferencia magistral que nos va a dirigir el embajador Oreja.

Querido embajador;

Querido ministro;

Mi querido amigo Marcelino:

Muchas gracias también por tu generosidad al desplazarte a nuestro muy querido México para darnos hoy, en primera persona, un testimonio de unos años absolutamente decisivos en la historia común de España yd e México.

Muchas gracias a todos ustedes por acompañarnos en un día decisivo hoy.

Muchas gracias, señor presidente, de nuevo, por abrirnos esta cámara y muchas felicidades tanto a México como a España por celebrar 40 años de unas relaciones, como decía, absolutamente ejemplares, profundas y con una característica muy especial-. Que son de amistad verdadera.

Muchas gracias.

SENADOR PABLO ESCUDERO MORALES: Muchas gracias señor embajador y tiene el uso de la palabra el presidente de la Comisión de relaciones exteriores Europa, el senador Rabindranath Salazar Solorio.

SENADOR RABINDRANATH SALAZAR SOLORIO: Muchas gracias.

Senador Pablo Escudero Morales, presidente de la Mesa Directiva del Senado de la República;

Don Marcelino oreja Aguirre, exministro de Asuntos Exteriores del Reino de España;

Excelentísimo embajador del Reino de España en México, Luis Fernández Cid de las salas Pumariño;

Embajador Francisco del Río, director general para Europa de la Secretaría de Relaciones Exteriores;

Senadora Blanca Alcalá, vicepresidenta de la Mesa Directiva del Senado de la República;

Senadora María Elena Barrera, secretaria de la Mesa Directiva;

Amigo senador Octavio Pedroza, vicepresidente de la mesa Directiva del Senado;

Senadora Lorena Cuéllar, secretaria de la Mesa Directiva;

Académicos, especialistas y público en general que nos acompaña:

Como describiera don Miguel de Cervantes Saavedra, en voz de Don Quijote, amistades que son ciertas, nadie las puede turbar.

El pasado 28 de marzo celebramos 40 años del establecimiento de las relaciones diplomáticas entre México y España, fecha de gran importancia para la relación de dos países que comparten una gran historia común y que desde entonces han estrechado la amistad entre sus pueblos y sus gobiernos.

Ningún otro país del continente americano tiene una historia tan estrecha con España como México.

Dicha historia, da inicio con la fusión de dos culturas, dos pueblos que se encontraron en pleno Siglo XVI y que no sólo estableció una nueva forma de organización política en el Virreinato de la Nueva España, sino que implicó la unión definitiva de una nueva civilización a la que el poeta Amado Nervo definió de manera acertada como la Raza de Bronce, y Vasconcelos acuñó, unos años después, una frase que nos denominó como La Raza Cósmica.

Era cuestión de cerrar las heridas de la gesta independentista para que en 1836, España reconocería la Independencia de México con la firma del Tratado de Paz y Amistad.

Ya en el Siglo XX, y debido a la victoria del general Francisco Franco, en la Guerra Civil Española, se generó el rompimiento de relaciones con México, en 1936, debido a que nuestro país apoyaba a la entonces República Española.

De esa época, de solidaridad y amistad entre nuestras naciones, guardamos con profundo cariño el recibir a más de 25 mil refugiados españoles, durante el periodo comprendido entre 1939 y 1942, gran parte durante el gobierno del Presidente Lázaro Cárdenas del Río.

De estos refugiados, se estima que la inmigración intelectual se conformaba de una cuarta parte de los mismos, entre los que destacan a los investigadores académicos Juan Antonio Ortega y Medina, Adolfo Sánchez Vázquez, y Francisco Giral González.

Cabe resaltar que, en reconocimiento al apoyo del Presidente Cárdenas, se construyeron los Jardines Lázaro Cárdenas, en la ciudad de Gijón, Asturias.

¿Cuál es el motivo por el que ayuda México a España?, se preguntó Lázaro Cárdenas en sus apuntes personales: “Solidaridad a su ideología”, respondió.

Sin embargo, dicho exilio que se pensó temporal, se hizo permanente.

Los exiliados hallaron en México en nuevo hogar y se convirtieron en un valioso componente de nuestra sociedad, enriqueciéndola mediante la realización de las mismas actividades que ejercían en España.

No es casualidad que muchos de nosotros tengamos un amigo, un conocido, o un familiar, o ascendencias, al cual le guardamos especial estima y que sea un hijo o nieto de quienes dejaron su Patria, con la melancolía y tristeza, sólo comprendida en las palabras del peta modernista Antonio Machado.

Desde entonces y durante casi 40 años, el Gobierno de México tuvo una tensa relación con la España Franquista, debido a que continuó manteniendo relaciones con el Gobierno Republicano en el exilio, al que se consideraba el único legítimo, situación que el ex Presidente Adolfo López Mateos, describió, en una de sus más célebres frases: “Con España, todo; con Franco, nada”.

La muerte de Franco y la posterior transición democrática española, marcó el momento en el que nuestro país buscó el restablecimiento de relaciones diplomáticas.

Para 1977, con la consolidación de la democracia española, y gracias al intenso trabajo diplomático de Don Marcelino Oreja Aguirre, quien fue el Ministro de Asuntos Exteriores durante el gobierno del ex Presidente Adolfo Suárez, permitió el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre nuestras naciones.

Prueba de dicha consolidación, fue que en el año 2007 ambos países firmaron la Declaración para la Profundización de la Asociación Estratégica, la cual generó un gran impulso para las relaciones bilaterales al fomentar la frecuencia del diálogo, con el objetivo de abrir la posibilidad de cooperar en temas como la seguridad, la migración, el cambio climático, la educación y la investigación.

Actualmente, la relación bilateral entre México y España está en su mejor momento.

Hemos mantenido un crecimiento constante durante estos 40 años y hemos consolidado una relación de socios, tanto en el ámbito político, el económico y el de inversión.

Precisamente España es nuestro noveno socio comercial a nivel mundial, es nuestro segundo socio comercial entre los estados miembros de la Unión Europea.

México, por su parte, es el principal socio comercial de España en América Latina, y es la octava economía de mayor importancia para este país.

En materia de turismo, tan sólo en el año 2014, recibimos en México más de 300 mil visitantes españoles, y España recibió una cantidad similar de mexicanos en el mismo año.

Relativo a la materia educativa y académica, España es el país europeo con el que México ha sostenido tradicionalmente el mayor intercambio académico. Actualmente existen alrededor de 4 mil estudiantes mexicanos matriculados en España.

Señoras y señores:

México y España no son sólo socios y aliados, sino también son naciones hermanas, más allá de los puntos comunes sobre la historia, la cultura y el idioma compartidos.

La relación entre México y España se caracteriza por un extraordinario por un extraordinario diálogo en todos los niveles y por una estrecha colaboración entre otros actores, como empresarios y la sociedad civil.

Además, se distingue por la amplitud y diversidad de la cooperación en múltiples ámbitos, por fuertes vínculos históricos y culturales, así como por la afinidad de posiciones en diversos temas de la agenda internacional.

Estamos viviendo un momento trascendental, el marco creado a través de esos años de amistad permite que México y España generen ambiciosos planes para relaciones futuras en beneficio de nuestra sociedad y sus próximas generaciones.

Me gustaría finalizar con una frase del exembajador de México ante el Reino de España, Jesús Silva-Herzog, “en México se piensa mucho en España, no tanto en nuestra herencia histórica y de entidades religiosas y culturales; la mirada está puesta en el futuro y en la necesidad compartida de acercarnos más. La cercanía entre ambas naciones es reconocida siempre y de los dos lados, en la retórica es necesario pasar a los hechos”.

Y yo agregaría: hechos y acciones como en su momento emprendió don Marcelino en favor de ambas naciones.

Sean todos bienvenidos a la conferencia magistral “Reencuentro España-México, 40 años después”.

Muchas gracias.

SENADOR PABLO ESCUDERO MORALES: Muchas gracias, senador Rabindranath Salazar, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores.

Y ahora cedo el uso de la palabra a quien ha sido subsecretario, comisario, ministro, doctor, profesor, diputado, senador, parlamentario europeo y muchos otros altos encargos. Pero el día de hoy, déjenme decirles, el día de hoy distinguido invitado del Senado de la República.

Adelante, don Marcelino.

MARCELINO OREJA AGUIRRE: Señor presidente del Senado.

Señora vicepresidenta de la Mesa Directiva del Senado.

Señor vicepresidente de la Mesa Directiva del Senado.

Señora secretaria de la Mesa Directiva.

Señor presidente de la Comisión de Relaciones con Europa.

Señor representante de la Secretaría de Relaciones Exteriores.

Señor embajador de España.

Señoras y señores senadores.

Señoras y señores:

Les confieso la emoción que siento en estos momentos. Realmente han sido palabras generosísimas las que han pronunciado; pero atribuyen ustedes a lo que han sido los hechos; yo no he sido más que un instrumento, eso sí, con mucha fe y mucha convicción de que había que llegar a ese momento álgido que se alcanzó finalmente el 28 de marzo de 1977.

Y debo decir que para mí constituye un alto honor el tomar la palabra en este espléndido marco del Senado de la República, en esta admirable sala y dedicar mi intervención a un tema para mí, de gratísimo recuerdo de aquella etapa de la transición política.

La época de la transición política fue aquella en la que España recuperó las libertades públicas, transformándose en un Estado democrático de Derecho.

El primer paso para alcanzarlo fue la aplicación de la ley para la reforma política. Esto es algo que ahora muchas veces se olvida, pero que es necesario recordarlo porque hacía falta un instrumento para dar el salto.

Ese instrumento en un principio se pensó que fuera la ley de la reforma política, pero no fue así, fue una ley para la reforma política. Y en el ámbito exterior se abrió el camino de normalización de relaciones diplomáticas con diversos países.

Y les confieso, sinceramente, que para mí uno de los acontecimientos que sin duda me produjo mayor satisfacción fue el establecimiento de las relaciones diplomáticas con México, un país con el que nos unían tan estrechas relaciones.

Si nos remontamos a 1931, cuando en España se acordó la instalación de la República, constatamos que México acordó enseguida darle su apoyo. Y España correspondió pocos meses después, invitando a México a adherirse al Pacto de la Sociedad de Naciones para firmar unos acuerdos que tuvieron lugar el 9 de septiembre de ese año.

En 1936, al declararse en España la Guerra Civil, el delegado de México ante la Sociedad de Naciones, Isidro Fabela, realizó múltiples intervenciones en favor del Gobierno de la República.

La posición de México en aquel momento giró en torno a tres ideas centrales:

Primero, la consideración de que se trataba de una rebelión militar que buscaba derrocar a un régimen legítimo y democráticamente elegido. Por ello, consideraba que debía hacerse una clara distinción entre los gobiernos agredidos a los que se debe proporcionar todo apoyo material y moral, y los grupos agresores a los que resulta indebido facilitar elementos destinados a continuar y volver más sangrienta la lucha.

A juicio del gobierno mexicano, España era víctima de una agresión exterior de Alemania e Italia a favor de los rebeldes, y consideraron que era improcedente aplicar al caso de España el principio de neutralidad o no intervención. Esos fueron los tres supuestos sobre los que partía el Gobierno de México.

En palabras del representante de México, cito: “La no intervención en el caso actual es una ayuda indirecta y no por eso menos efectiva a favor de los rebeldes”.

Transcurridos unos años, terminada la Guerra Civil y terminada la Segunda Guerra Mundial, al organizarse las Naciones Unidas en la Conferencia de San Francisco, hubo una propuesta de la Delegación Mexicana de condena al régimen del General Franco y, en consecuencia, la negativa a admitir a España como miembro de la organización. Se aprobó por aclamación.

El 17 de agosto de 1945, los republicanos españoles en el exilio se reunieron en México en el salón de cabildos del Antiguo Palacio del Ayuntamiento que calificaron como territorio español. Allí constituyeron unas cortes y eligieron como Presidente de la República en el exilio a Diego Martínez Barrio, que encargó formar gobierno a José Giralda.

El 28 de agosto de 1945, Fernando de los Ríos, designado por el gobierno republicano Ministro de Asuntos Exteriores, comunicó a su homólogo mexicano, Manuel Tello, la composición del nuevo Gobierno de la República en el exilio, iniciándose así una nueva etapa de las relaciones diplomáticas entre los dos gobiernos que se prolongaría durante 32 años.

En febrero de 1945, las instituciones republicanas se trasladaron a París.

A partir de entonces, las relaciones entre México y el Gobierno de la República Española en el exilio, se limitaron prácticamente a contactos meramente formales. Es verdad que había una presencia, y se ha dicho antes, de numerosos intelectuales españoles que habían llegado a México y donde hicieron un papel muy importante creando instituciones y manteniendo viva una llama de ilusión y de emoción.

La celebración de los aniversarios de la República se celebraron entonces en México y otros actos puntuales, como el homenaje que se hizo a Lázaro Cárdenas.

Las expectativas de aquel gobierno republicano se vieron frustradas muy pronto al terminar el aislamiento internacional al régimen político español. Hubo por consiguiente dos momentos y en el momento en el que empieza a haber un final de alguna forma de ese aislamiento internacional, ya en noviembre de 1947 Estados Unidos se opuso en el seno de las Naciones Unidas a una nueva censura al régimen español y a la aprobación de nuevas sanciones de España.

Seis años después, en noviembre de 1950, la Asamblea General de Naciones Unidas acordó revocar la recomendación de retirada de embajadores y sus representantes acreditados en España, así como la recomendación de impedir que España fuera miembro de organismos internacionales establecidos en Naciones Unidas.

En 1952, ingresó en la Organización Mundial de la Salud y en 1953 en la UNESCO. Y ese mismo año el Vaticano firmó con España un concordato y Estados Unidos llegó a un acuerdo para establecer bases militares en la península. La situación del mundo había cambiado, la situación de Europa cambiaba y cambiaba también con estos hechos que digo. Había terminado, de alguna forma, ese aislamiento que había tenido España durante años.

A partir de entonces, el gobierno de la República en el exilio perdió una posibilidad de ser tomado en consideración, como lo había sido antes y sobre todo por parte de algunos países, como por ejemplo Estados Unidos y algunos de sus aliados de Europa Occidental.

Entre 1945 y 1935 México rehusó sistemáticamente el reconocimiento del gobierno español. Sin embargo, se produce una suavización de alguna forma de su postura de facto y hay un momento en que se producen ya un comienzo de intercambios económicos, comerciales, culturales y artísticos entre los dos países.

En agosto de 1947 se firmó un acuerdo entre el Instituto Español de Moneda Extranjera y el Banco Comercial de México, con objeto de facilitar el comercio entre los dos países.

Pronto empezaron a producirse visitas de personalidades españolas, de turistas, de hombres de negocios y en esa coyuntura el gobierno de Madrid decidió enviar a México, con carácter estable pero no oficial, a dos diplomáticos españoles que fueron José Gallostra y el joven secretario de la Embajada, Alfonso de la Serna.

El 16 de abril llegaron ambos a México con tarjeta turística de Aerovías Guest. Yo les confieso que haber sido profesor de Derecho Diplomático en la Escuela Diplomática y en la Universidad, realmente es un caos muy singular y es un caso de estudiosos, el poder entender qué es lo que estaba pasando.

Es un fenómeno muy interesante porque hay una posición del gobierno español, hay una posición del gobierno mexicano, hay una situación de una representación de la República, que había, como digo, en México y que en ese momento estaba ya en París, y se producen unas situaciones que son muy difíciles de examinar desde el rigor de la ciencia política.

¿Qué hacen estos dos señores que llegan ahí, que son dos diplomáticos, dos diplomáticos de carrera? Y que llegan si con la posición de rentistas o no se sabe muy bien con qué alcance, con qué posibilidades y se inicia así una curiosa etapa, que merece un estudio y el análisis probablemente de tesis doctorales, de una especie de bicefalia diplomática.

En México funcionaban de hecho las dos representaciones; la de la república, que era la representación oficial y que era reconocida por las autoridades mexicanas y la oficiosa del gobierno de Madrid, que era desconocida oficialmente, pero tolerada por las autoridades mexicanas.

El hecho que dio notoriedad a la misión de Gallostra fue su trágica muerte. El 20 de octubre del 50 fue asesinado en pleno centro de la capital al parecer por motivos personales, sin ninguna motivación política. Se especuló mucho sobre cuál era el alcance, me parece que no es un tema en ese momento relevante.

A partir de entonces se produce nuevamente un caso singular y es que se regula oficialmente la situación de los diplomáticos españoles en México. Se les concedía un permiso de estancia como residente rentista y se oficializa así oficiosamente, valga la expresión, la bicefalia diplomática española que duró 26 años.

Esta es la situación en el año 1975. Les recuerdo que el fallecimiento del general Franco se produce el 20 de noviembre del año 75.

Recordemos que en enero de 1974, en julio de 1975 se produjeron en España cerca de 200 actos violentos y 11 policías fueron asesinados por ETA en el País Vasco y por el FRAP en Madrid.

Para combatir el terrorismo, el gobierno de Arias Navarro promulgó el 26 de agosto de 1975 un decreto ley estableciendo la pena capital a quienes produjeran la muerte de agentes de la autoridad, de miembros de las fuerzas armadas y de seguridad del estado y demás funcionarios públicos.

Al cabo de un mes de su promulgación, se dictaron 11 condenas de muerte, tres de ellos de ETA y ocho de estado. Cinco de ellos fueron ejecutados el 27 de septiembre de 1975, unas semanas antes de la muerte del general Franco.

Estas ejecuciones produjeron un movimiento de repulsa den toda Europa, parte de España y en muchos países de América

Grupos descontrolados incendiaron la Embajada de España en Lisboa, y en México el Presidente Echeverría, el 28 de septiembre, pidió, en una carta al Secretario General de Naciones Unidas, la convocatoria urgente del Consejo de Seguridad, solicitando a la Asamblea General la suspensión de España como miembro de Naciones Unidas.

El Gobierno de México, además, adoptó las siguientes medidas:

Se notificó a la Representación Oficiosa de España, que debía cerrar sus oficinas.

Se clausuró la Oficina de Turismo y la Agencia EFE.

Se suspendieron los vuelos entre España y México de las compañías Iberia y Aeroméxico.

Y se cursaron invitaciones a los consulados de México para que no librasen visados a los españoles residentes en España.

Por su parte, las autoridades Españolas clausuraron oficinas de la Representación Oficiosa de México, se interrumpieron las actividades de la Oficina del Banco Nacional de Comercio Exterior en México y se clausuró la Oficina de Turismo.

Dada la reacción mexicana, el representante de España en Naciones Unidas, Jaime de Piniés, envió una nota al Secretario General, en la que consideraba que la comunicación de México contenía términos inadmisiblemente injuriosos para su país.

Descalificaba al Presidente, digo, también textualmente, entrecomillado, “por carecer de estatura moral necesaria para lanzar acusaciones”.

Recordaba que el Presidente Echeverría, como Secretario de Gobernación, había tomado ciertas decisiones en Tlatelolco, en 1968.

Vean ustedes realmente qué situaciones se producen:

La muerte del General Franco se produce el 20 de noviembre de 1975. Todo esto que he narrado se produce unas pocas semanas antes. Mes de noviembre fallece el General Franco, y fallece el 20 de noviembre del 75, aniversario de la Revolución Mexicana.

Y hubo una serie de especulaciones sobre qué iba a ocurrir entonces, si a partir de entonces en las relaciones diplomáticas entre México y España.

En España se forma un nuevo Gobierno pero con el mismo Presidente: Arias Navarro.

En ese momento, en esas primeras semanas en que hay un Presidente, que es el mismo que había estado, pero hay un cambio notable de miembros del Gobierno, y sobre todo en el Ministerio de Asuntos Exteriores, entra José María de Areilza, un hombre que se había caracterizado por posiciones claramente democráticas en aquellos últimos meses y años, había sido Embajador en París, y antes Embajador en Washington, pero realmente actuó de una forma eficaz en aquel momento.

Y yo tuve la fortuna de trabajar con él como Subsecretario, me ofreció ser Subsecretario y con mucho gusto, pues yo tenía una gran amistad y una gran relación. María de Areilza, había sido compañero en la lista a las elecciones del 31 y del 33 con mi padre; no fue elegido Areilza,

El Gobierno Español, en aquel momento, con el acuerdo del Gobierno Mexicano, acordó, en sus primeros meses de ese nuevo gobierno, acordó abrir una oficina comercial en México y se decidió que los diplomáticos españoles allí destacados –fíjense ustedes, y hace falta la imaginación para hacer esto-, fuesen adscritos a una embajada extranjera acreditada en el país y que gozaran de estatus diplomáticos.

Y se acordó que se hiciera a través de Costa Rica, de modo que pudieran gozar de cierta consideración oficial y no fueran considerados como inmigrantes rentistas ni como empleados consulares, que era la fórmula que en principio había señalado México pero sin embargo luego cedió y se buscó esa fórmula, que es de una gran originalidad y por eso digo que para quienes nos ha interesado el estudio del derecho diplomático, pues lo centramos como una situación muy peculiar y muy singular, que era acorde con las circunstancias que se vivían.

Se les otorgaría a estos diplomáticos, pasaporte diplomático costarricense, pero sin mencionar su nacionalidad.

Se destinó, para dirigir aquella misión, a un diplomático de prestigio, un estudiado ilustre; vive, tiene 95 años, y yo quiero hacer un homenaje a él aquí, Amaro González de Mesa, a quien se entregó un pasaporte costarricense, agregado a la Embajada de Costa Rica en México.

Comprendo que esto es muy difícil de seguir, porque la verdad es que es una cosa que realmente hace falta, como digo, mucha imaginación.

La labor, sí quiero decir, de Amaro González de Mesa, que era una labor enorme y difícil, imagínense en qué circunstancias estaba; pero merece un gran elogio, ya que aunque las circunstancias habían mejorado, la situación seguía siendo compleja, por lo que se necesitaba una persona inteligente, hábil, capaz de sortear situaciones difíciles e imprevisibles.

Por aquellos días, México decidió enviar una misión comercial a España, de la que formaban parte colaboradores del Instituto Mexicano de Comercio Exterior. A última hora se incorporó a la comitiva un conocido abogado mexicano, llamado Santiago Roel, con quien se entrevistó González de Mesa, en México, y de alguna forma le preparó algunas visitas y algunas entrevistas en España, sobre todo en medios económicos y comerciales; yo no creo que en políticos, pero sí con personas relevantes en España.

Pienso, no se lo pregunté entonces a Roel, persona por la que yo guardo y tendré ocasión de repetirlo luego, un magnífico recuerdo. Es decir, en estas circunstancias tan singulares, hacen falta personas singulares y evidentemente Roel lo era.

Roel parece ser que intuía ya que iba a poder ser nombrado Ministro de Asuntos Exteriores, como así sucedió poco después de regresar del viaje a España. Roel entonces siguió manteniendo contactos con González de Mesa y le comunicó que se estaba tratando en el interior del PRI, el momento de reanudar, la posibilidad eventual de reanudar relaciones con España; pero que el ala izquierda del partido por fidelidad al legado de Cárdenas se mostraba partidario de esperar. Mientras otra ala, capitaneada por el expresidente Miguel Alemán, era favorable a un restablecimiento más rápido.

Mientras tanto, seguía gente presente en México, el representante de la República española, que contaba con sede propia, en la que ondeaba la bandera republicana española.

Así las cosas, en el mes de febrero de 1937 yo recibí en el Ministerio una llamada telefónica del nuevo canciller Santiago Roel, nombrado ya ministro. Yo les diré que en el gabinete, cuando estaba yo en mi despacho del Ministerio me llamaron y me dijeron que me llamaba el ministro de Relaciones Exteriores de México, yo pensé “no puede ser, no tenemos relaciones”.

Y efectivamente estaba el ministro de Relaciones Exteriores de México, Santiago Roel, y tuvimos una conversación muy grata, es decir, la amistad entre las personas y quizá también el carácter ayuda mucho en las relaciones diplomáticas, como ayuda en las relaciones empresariales y en la vida en general.

Y mantuvimos una conversación muy grata, y me preguntó qué pasos podríamos dar para llegar a una renovación de relaciones. Yo realmente en aquel momento pronto advertí que aunque, me imagino que cuando había dado ese paso un Canciller, que además estaba recién nombrado, advertí que si bien la decisión parecía firme; tenían planteado cómo debía ser el tratamiento que debía darse a la representación de la República española y a su representante.

Es decir, tienen ustedes por consiguiente a un Secretario de Relaciones Exteriores que habla con el Ministro de Asuntos Exteriores de España, del gobierno español; pero al mismo tiempo hay un representante de la República que tiene un status oficial y formal en México.

La verdad es que tuvimos varias conversaciones telefónicas, él me llamaba, me llamó en una semana un par de veces. Y como yo vi que aquello era difícil de resolver por teléfono, le propuse que una persona de mi plena confianza fuera a México con secreto absoluto, que no sabrían de su viaje nada más que el Rey, el presidente del gobierno y yo mismo; y propuse enseguida a una persona, que era el secretario general técnico del Ministerio, que era un buen jurista, Fernando Arias Salgado, que llegó un domingo por la mañana a México.

Le esperaban en el aeropuerto un representante de Santiago Roel, que le condujo a su casa, donde celebraron un largo encuentro, eran las seis de la mañana o siete de la mañana; a las 9 y media o 10 estaba allá con Santiago Roel y estuvo hasta la noche y regresó esa noche.

Yo naturalmente le insistí mucho que resolvieran el tema de la ruptura de relaciones de México con una república que me parecía que era un paso previo imprescindible para acordar todo lo demás, porque sería absurdo que hubiera una relación doble.

El resultado del encuentro que había celebrado con el Ministro Roel, con el Canciller, fue muy positivo. Días después volvió a llamarme Santiago Roel para decirme que, aunque las cosas iban bien, tenía una preocupación, y me dijo textualmente, tengo anotado en mis memorias, porque le llegaban noticias de ruido de sables en España.

La verdad es que eran momentos de inquietud, se habían multiplicado los asesinatos, la muerte por grupos de extrema derecha de los abogados laboralistas de la calle Atocha, un horrendo crimen que había causado profundo dolor e inquietud sobre la marcha del proceso democrático.

Yo realmente comprendía muy bien la inquietud de Roel, ya que cualquier traspié que se daba podía afectarle a él seriamente, ya que él era el principal defensor del paso que se había dado. Evidentemente tenía que tener la aprobación del Presidente de la República, pero yo creo que en estas cosas hay una autorización más o menos vaga e imprecisa, pero hay una actuación que es la que llevaba Santiago Roel.

Por mi parte le manifesté que había mantenido el tema una gran reserva; había hablado con el rey y el gobierno y la posición era firme y contábamos con el respaldo de una mayoría de españoles que querían seguir adelante en el proceso.

Por fin se produjo un suceso de gran relevancia. El 17 de marzo por la tarde, el vuelo regular de France llegaron a México desde París el Presidente de la República en el exilio, José Maldonado y el Jefe de Gobierno Fernando Valera.

Les recibió en el aeropuerto el Subsecretario Mexicano de Gobernación, Rodolfo Echeverría.

Al día siguiente se anunció una rueda de prensa en Los Pinos, presidencia del Presidente de la República; había gran expectación. Acudieron más de 100 periodistas internacionales y extranjeros.

El acto sólo duró cuatro minutos en presencia del presidente López Portillo, flanqueado por Maldonado, Alera, Roel y el Secretario de Gobierno Reyes Heroles.

Maldonado leyó dos cuartillas y concluyó diciendo: “El presidente López Portillo y yo hemos convenido cancelar las relaciones diplomáticas que manteníamos ambos gobiernos. Las instituciones de la República proseguirán como hasta ahora”.

No hubo, pues, como se rumoreaba, disolución del gobierno republicano en el exilio.

Evidentemente la reseña del acto fue ampliamente recogida por todos los medios de comunicación.

Buena parte, según me dijeron, de los republicanos españoles en México, aprobaron la decisión. Así, por ejemplo, dijo: “Lo que haga el gobierno mexicano está bien hecho”, afirmó Acción Democrática Republicana Española.

Los comunistas apoyaron la decisión, expresando el deseo de que se legalizara pronto el Partido Comunista en España, lo que no tardó mucho en realizarse, pero la fecha no estaba aún acordada.

Se mantuvo luego con un gran secreto y finalmente el Sábado Santo es el final de una etapa que había grandes dudas si había o no reconocimiento del Partido Comunista, finalmente se hizo y se hizo probablemente primero porque había una determinación del rey, había una determinación del presidente del Gobierno, pero se mantuvo como un secreto completo.

Recuerdo que a mí me llamó el Presidente del Gobierno el Martes Santo para decirme que se iba a hacer el sábado pero que guardase un secreto tal, pero que preparase el telegrama para todas las embajadas para ponerlas en marcha en cuanto se acordase la medida.

Pero fue una medida que se tomó yo creo que realmente por los dos y quizá, no lo sé, por el teniente General Gutiérrez, pero fundamentalmente por los dos.

Maldonado al día siguiente de la declaración que he mencionado antes, en una entrevista a Cambio 16, dijo lo siguiente: “Al cancelar nuestras relaciones con el Gobierno de México, hemos querido evitar toda fricción, especialmente después de haber agradecido en numerosas ocasiones al apoyo que México brindó al gobierno republicano español y singularmente por haber permitido que los españoles exiliados tengan viva la antorcha de la esperanza.

Vean ustedes, yo quiero resaltar esto, el comportamiento que tuvieron los actores en aquel momento, es decir, los españoles tuvimos mucha suerte en quienes eran las personas que estaban liderando aquél movimiento, porque realmente hubo un grandeza por parte de todos; podría haber habido una reacción mucho más fuerte, mucho más no violenta, pero mucho más antipática por parte de las autoridades republicanas, pero no fue así.

El día 19 el presidente López Portillo declaró que podía decir aún la fecha para la reanudación de las relaciones. La República seguía vigente, la República seguí con sede en París, porque siempre hay dos cosas, las relaciones y la otra la asignación de la República.

Y el presidente López Portillo declaró que no podía decir la fecha, pero algunos mexicanos partidarios del anterior presidente de México, Lázaro Cárdenas, así como el excanciller García Téllez, lamentaron que no se esperase a la celebración de elecciones en España.

Unos días después volvió a llamarme Santiago Roel para decirme que iba a viajar a París y que tenía todo preparado para celebrar nuestro encuentro, que a mí me parecía bien, el día 28 de marzo, pero me dijo que seguía inquieto por la situación de España, porque le llegaban, a través de los medios de información, noticias de una inmediata legalización del Partido Comunista, temiendo que ello podría provocar reacciones de la extrema derecha.

La situación era muy difícil porque había problemas por un lado y por otro. Yo le tranquilice añadiéndole que México no podía perder a mi juicio y que se decía la oportunidad de tomar una iniciativa de la restauración de relaciones y que cualquier demora parecería que actuaban como jueces de nuestro proceso democrático.

Y finalmente confirmamos nuestro encuentro en París. Después de informar al Rey y al presidente del Gobierno, el 27 de marzo, yo mantuve –como les digo— un secreto completo, me acompañó mi jefe de gabinete, Javier Rupérez, y fuimos a París sin que nadie más tuviera noticias del viaje.

El canciller Roel se alojaba en el Jorge Quinto y el 28 de marzo acudimos Javier y yo temprano al Hotel Jorge Quinto y le pedía a Rupérez que para el caso eventual, porque no sabía, muchas veces yo leo  cosas y parecía que era seguro, no era nada seguro que establecer relaciones, esa era la voluntad de España, pero la voluntad del gobierno mexicano había llegado bastante lejos, pero no sabía hasta dónde iba a llegar.

Y le dije que mirase si había algún lugar que eventualmente si llegáramos al final, pudiéramos firmar el restablecimiento de relaciones.

Mientras tanto me dijo Santiago Roel que a ver si me parecía bien que subiera a su suite para que pudiéramos hablar, le dije que sí y allí estuvimos discutiendo y pasamos revista durante mucho tiempo, cerca de tres horas, viendo esos temas.

Yo recuero que incluso saqué el tema del MITA, un tema que ya estaba pasado, pero de todas formas me parecía que había que tener, yo tenía una lista de temas y quería quedar tranquilo de que todos los temas se habían tocado.

Puse de relieve aquella situación que había sido inadmisible y quería dejar constancia, pero sabía por supuesto que no era momento de ir más allá de una pura declaración de esa naturaleza.

Hablamos también de que si llegábamos a un  acuerdo podríamos irnos rápido a intercambiar embajadores y me manifestó el deseo que le había dicho el Presidente de la República de un viaje de su majestad el rey y el presidente del Gobierno, que visitaran su país en el plazo más breve posible. Me garantizaba una extraordinaria acogida, como efectivamente así fue, dado el inmenso cariño de México hacia España.

A lo largo de nuestra conversación y al manifestarle yo que me parecía que todo estaba resuelto, habíamos creado ya una relación de amistad, yo le conocía desde hacía nada más tres horas, antes la llamada de teléfono, pero ya nos  habíamos hecho amigos y me dijo él, “pero no voy a poder firmar, porque yo no tengo credenciales”.

Le dije, tranquilícese, yo soy diplomático y por consiguiente le puedo garantizar que los ministros de asuntos exteriores no necesitamos credenciales, necesitamos embajadores; ah, bueno, entonces adelante.

Entonces me invitó a comer en su suite; pero antes, fuimos a visitar el lugar donde íbamos a concluir el acuerdo.

Hoteles, grandes hoteles, hay siempre una gran sala, gran comida, y vimos la sala, una sala bien decorada, con los elementos necesarios para poder proceder a la firma.

Y acordamos que mantendríamos el secreto hasta el momento de realizarse el acto.

Teníamos miedo los dos de que hubiera algún fallo y dijimos que asistirían dos fotógrafos oficiales y los miembros de las respectivas delegaciones.

Yo por mi parte tenía a mi Jefe de Gabinete, y al Director de Hispanoamérica, que había venido y que había llegado esa misma mañana de Madrid, y redactamos un comunicado conjunto.

Muchas veces me han preguntado, incluso aquí me han preguntado: y bueno, ¿pero cómo? Ah, pues es que es muy fácil, esa relación es un papel que tiene cinco líneas y no hay más, y firman los dos responsables, que son los dos cancilleres.

Todo parecía resuelto, pero al visitar con Roel la sala donde íbamos a firmar, advertí que algo no le parecía bien.

Yo no sé si alguno de ustedes, probablemente, han conocido a Santiago Roel. Santiago Roel era un hombre que tenía un encanto enorme, simpático, alegre, eufórico, optimista.

Y vi que se me venía abajo, claro, si hubiera sido un hombre apagado no me hubiera llamado la atención, pero en él me llamó la atención y dije: “aquí está pasando algo”.

Y me dijo en un tono muy serio, la primera vez que le vi, dijo: “en esa sala no se puede firmar”.

No se puede porque usted –o tú, ya nos tuteábamos-, dijo: “¿no te has fijado en el nombre de la sala? Le dije: “pues no”.

“Es la Sala Napoleón, y ni tú ni yo podemos admitirlo”.

Bueno, pues yo le dije: “pues esto tiene un arreglo muy fácil y es que ponemos un paño en donde ponen Sala Napoleón y lo resolvemos.

Efectivamente, el Jefe de Gabinete y otro pusieron el paño y en ese momento vimos que en el interior había dos bustos: uno de Napoleón Primero, y uno de Napoleón Tercero.

Y entonces me dijo: “éstos, hay que retirarlos”.

Él se encargó de Napoleón Tercero y yo de Napoleón Primero, y en el momento en que estábamos retirándolos entró el Director del Hotel, que yo no sé lo que había pensado, no sé si creía que íbamos a robarnos un busto.

Bueno, el hecho es que aquello se resolvió y cumplidas las formalidades, firmamos el acuerdo que representaba algo muy importante, representaba el final de una etapa y se abría una perspectiva alentadora para las relaciones entre estos dos países.

Se ha dicho cómo van esas relaciones desde entonces hasta ahora, impulso tan grande, nos explicaba muy bien el Embajador.

Ahí en ese momento en el intercambio de notas, qué se dice: sencillamente se dice: “La decisión de establecer relaciones diplomáticas y acreditar en la otra capital, la misión diplomática permanente, con rango de Embajador”.

Y acordamos asimismo que esas notas constituyeran el acuerdo oficial entre nuestros dos estados.

Yo les confieso que en mi vida diplomática, cuando se han dicho tantas cosas, la prueba es que ustedes se han dado cuenta de que yo soy muy viejo, pero he tenido ocasión de hacer muchas cosas.

Y por eso les debo decir de todas formas que de mi larga vida de actividad política y diplomática, yo creo que uno de los momentos más emocionantes para mí fue ese.

Y no lo digo por estar hoy aquí, y lo he dicho en clase, y lo he dicho en medios oficiales, y lo he dicho con los amigos: fue un momento de verdadera emoción.

El Embajador de México en París, cuando se enteró de estas relaciones, era un gran personaje, era Carlos Fuentes, uno de los grandes maestros de la prosa castellana.

Autor, entre otros, de un libro precioso: “Cervantes, o, la crítica de la lectura”, en cuyo prólogo, o vi después, naturalmente, con cierto aire premonitorio, se extiende detenidamente en la significación histórica, cultural y política de las relaciones entre ambos países.

Y dice así: “Hoy, de nuevo, la historia de España se acerca a presentar, en tumulto, sus boletos de entrada ante la puerta estrecha del caso”.

Y termina diciendo: “Nuestra relación con España, es como nuestra relación con nosotros mismos: conflictiva.

“Y de parejo signo es la relación de España con España, y resuelta enmascarada a menudo maniquea.

“Sol y sombra como en un riego ibérico. La medida del odio, es la medida del amor.

Una palabra lo dice todo: pasión”.

Bueno, yo transmití inmediatamente la buena nueva de la firma de nuestras relaciones al Rey, al Presidente del Gobierno. La noticia tuvo un gran eco, no sólo en la prensa española y mexicana; sino también en la europea, ya que era el final de una anomalía que había durado muchos años.

Tengo un archivo donde he ido recogiendo actividades que he tenido a lo largo de mi vida y he hecho un resumen de lo que fue la prensa europea y americana de aquel acontecimiento, y es impresionante. En los grandes periódicos europeos aparece la noticia de una forma muy destacada.

El canciller Roel en aquel momento, ya cuando habíamos terminado después de la firma, pronunció una preciosa frase que yo anoté en mi agenda: “Ahora esperamos nosotros conquistar a España”.

La realidad es que poníamos término a un largo encantamiento, que nos mantuvo teóricamente alejados para encontrarnos no sólo en la democracia y en la diplomacia; sino en una auténtica fraternidad de pueblos nacidos del tronco común de dos continentes de dos razas.

Después del acto formal del restablecimiento de relaciones, había que proceder a la entrega del edificio de la que hasta entonces había sido la representación de la República española en la capital mexicana, es decir, la República tenía un edificio que era la legación, que era su representación, evidentemente con la bandera republicana y con el membrete de República española.

Y fue allí donde estaba Amaro González de Mesa, que he citado antes, y realmente allí fue un momento de una gran emoción. A mí me la trasladaron, yo no fui; fueron los directores generales de Madrid, pero fue un momento de gran emoción el entrar en el edificio y para que se hiciera primero una exploración con vistas a la adquisición de una residencia más adelante para el Embajador.

Respecto a lo primero, comprobaron que el edificio estaba en un estado lamentable. No habían dispuesto de un céntimo para su conservación. Pero lo más importante era trasladar a la mayor brevedad posible el archivo en el que se conservaban documentos de gran valor para la historia de las relaciones con México, desde el año 1839; todo ello estaba ahí, no estaba en Madrid, estaba ahí porque era ahí donde lo habían recogido.

El representante de la República, Martínez Feduchi, hizo entrega de las llaves de la residencia y de su inventario al secretario de Relaciones Externas de México y éste inmediatamente se las entregó al representante español González de Mesa.

Se convino que la entrega del edificio se celebrase extramuros de la Embajada, se quiso cuidar mucho las formas, que en diplomacia es importante, y en la vida. Se celebrase en extramuros de la Embajada, en la calle, al otro lado de la verja, de modo que en todo momento quedase patente el escrupuloso respeto del Gobierno mexicano a la extraterritorialidad de nuestra sede diplomática.

Martínez Feduchi esperaría en el interior del recinto la llegada del Subsecretario de Relaciones Exteriores mexicano, y en cuanto éste llegase saldría a la acera y le entregaría las llaves y el inventario. El Subsecretario, sin abrir el inventario, firmó el acuse de recibo y González de Mesa se personó en el lugar de inmediato y el Subsecretario pasó el inventario y las llaves, previa firma al recibo.

Y así se hizo lo que se había programado con precisión milimétrica y allí, cumplidos los trámites, Martínez Feduchi, que era el representante; y Amaro González de Mesa, se dieron un gran abrazo en medio de los aplausos del público y de los periodistas que asistían al acto.

Después, Martínez Feduchi, en tono risueño pero no exento de emoción, dijo a nuestro representante: “Y ahora, con tu permiso, voy a entrar en la Embajada para sacar al perro y al coche, que son míos y figuran en el inventario”.

Y se alejó, dando así por terminada una larga etapa de su vida, con la que ponía término a su carrera profesional.

Los demás subieron a la terraza del edificio a izar la bandera roja y gualda, llamaron al Rey para darle la noticia y un poco después se le hizo entrega a Martínez Feduchi, del pasaporte diplomático español. Yo le llamé por teléfono a Martínez Feduchi, quise que me pusieran con él inmediatamente; él había sido diplomático, le habían quitado la carrera diplomática.

Yo en aquel momento le dije que le restauraba la categoría que le correspondía, un gesto que me parecía que era de justicia, con un compañero de carrera.

Tres semanas después del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con México, 19 de abril, en Semana Santa, como les he dicho, el presidente del gobierno Adolfo Suárez legalizó el Partido Comunista.

Las primeras elecciones iban a celebrarse en junio y la medida que no fue bien recibida por parte del Ejército y la sociedad garantizaba que se celebrarían en un clima de pluralismo real. Y no hay que quedar con lo contado, como se hace subsecuentemente, que se trataba de una decisión ya escrita.

Eran muchos los que probablemente preferían que aquella primera cita en las urnas se celebrase sin la presencia del Partido Comunista y que se dejara esa decisión para más adelante. Pero tanto el Rey como Suárez tuvieron el acierto y el coraje de sortear las presiones y de incorporar a la lucha electoral a una fuerza, como era la del Partido Comunista, y Santiago Carrillo, entonces secretario general, que había mostrado su disposición a aceptar las reglas de juego de la nueva monarquía.

Fíjense ustedes, por consiguiente, cómo hemos visto antes las relaciones y las actuaciones de los dos gobiernos y cómo también los responsables, como eran en este caso el Secretario General del Partido Comunista da los pasos necesarios y se le da al mismo tiempo la posibilidad de actuar en las elecciones.

Tres semanas después del restablecimiento de las relaciones con México ya hemos visto los pasos que se dan, y el 26 de abril de 1977, antes de transcurrir un mes del restablecimiento, tuve ocasión de acompañar al presidente del gobierno, Adolfo Suárez a su visita oficial a México durante tres días antes de dirigirse a Estados Unidos. Tenía un programa muy complicado, estábamos en vísperas de unas elecciones, pero el Presidente del Gobierno dijo que por encima de todo retrasaba su viaje a Estados Unidos pero quería, aunque fuera sólo unas horas, venir a México.

Y en los discursos de los dos presidentes: López Portillo y Suárez, destacaron el deseo compartido de apelar a los respectivos pueblos, español y mexicano, para justificar la idea del restablecimiento de relaciones.

Yo recuerdo muy bien aquel discurso de Adolfo Suárez, que puso de manifiesto que como responsable del gobierno no hacía más que recoger el sentimiento de los españoles que a lo largo de los años habían venido expresando su particular afecto por el pueblo mexicano, acogiendo con entusiasmo cuantas manifestaciones llegaban y su genio artístico y cultural.

Y a su vez el presidente López Portillo declaró, y cito textualmente: “Nunca estuvimos, no hemos estado ni estaremos lejos de España, metida como está en nuestra sangre y en nuestra historia”.

En la Plaza de las Tres Culturas el presidente López Portillo en el brindis de bienvenida al presidente español hizo hincapié, y cito: “En la importancia del encuentro una vez que había quedado resuelta la historia, planteado el porvenir y enfrente el destino”.

El presidente del gobierno español representaba en México una España que, como dijo él mismo, aborda los viejos temas, los de siempre, con un espíritu renovado, plenamente convencido de que en las sucesivas coyunturas históricas exigen nuevos planteamientos y actitudes.

El compromiso era, y este fue el espíritu que se mantuvo por el gobierno y por una gran mayoría del pueblo español, echar cenizas sobre las brasas; sepultar el pasado, habida cuenta de que la memoria no debía ser, bajo ningún concepto, obstáculo para la edificación de las relaciones presentes y futuras.

Las demandas sólo debían venir del futuro. Coincidiendo con ese encuentro López Portillo y Suárez en México, el diario madrileño ABC, hacía eco de ese sentir en un artículo titulado: “Los planteamientos económicos de un viaje”.

“La estructura de relaciones económicas entre España y México –decía ese artículo, también nos han dicho cómo han mejorado y cómo se están desarrollando y entonces se dice– denuncian una escasa actividad común, tanto en el aspecto comercial como en el de las inversiones”.

El futuro demandaba mirar hacia el frente. La Guerra Civil, el franquismo o el exilio habían quedado atrás, más aún, para aquella España nueva que reclamaba un sitio propio en el albero de la democracia.

Que nunca más –en palabras de López Portillo– un conflicto, una diferencia nos obligue a que por culto a la lealtad rompamos la normalidad.

A unos meses de la visita de Suárez, el 9 de octubre del 77 llegó a España el presidente López Portillo, es la primera vez que un presidente de los Estados Unidos Mexicanos visitaba España en viaje oficial.

En la cena que le ofrecieron los reyes en el Palacio Real, don Juan Carlos puso de relieve la importancia del reencuentro de nuestros dos países y evocó el último momento de estelar de nuestro pasado, vivido en común a comienzos del Siglo XIX, que tuvo como escenario la ciudad de Cádiz.

Ahí, dijo el rey, nacieron unos ideales que a uno y otro lado del Atlántico han constituido el germen de una deseada convivencia pacífica, en libertad e igualdad, profundamente enraizados en la esencia étnica de nuestros pueblos desde siglos atrás.

A continuación el Rey expresó en agradecimiento y esto es importante subrayarlo, por la hospitalidad mexicana a los exiliados españoles y dijo textualmente: “el doloroso éxodo intelectual que las circunstancias de postguerra originaron, dio lugar a un nuevo y especial capítulo de la obra de España en América.

La acogida que ahí se les brindó, entre todos, la excepcional que México les dispensó, es causa de permanente agradecimiento y fuente de esperanza en futuras colaboraciones en todos los órdenes.

Las palabras del Rey merecieron un discurso por parte de López Portillo que descansó sobre un aspecto esencial cuando de México y América Latina en general se habla: mestizaje.

Las primeras palabras que pronunciara un presidente mexicano en España servían para referirse a la Plaza de las Tres Culturas de la Ciudad de México, donde están los restos de las pirámides indias, os contrafuertes e iglesias españolas y la expresión arquitectónica del México moderno; una plaza que guarda una gigantesca inscripción donde se le, el 13 de agosto de 1521, heroicamente defendido por Cuauhtémoc, cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés.

No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy. De ese pueblo mestizo vengo, diría López Portillo, a esa España raíz.

Sus palabras no eran gratuitas y desde el reconocimiento de esa parte española, sin la que no puede entenderse ser mestizo, su postura venía a mediar ene se debate abierto México entre la hispanofilia y la españofobia.

El 11 de octubre se celebró un nuevo encuentro del Rey y el presidente de México en las Islas Canarias, con ocasión del aniversario del descubrimiento de América.

Un nuevo encuentro se produjo el mes de noviembre del 78, con ocasión del viaje de los reyes a México, que tuvo el honor de asistir. Yo recuerdo con emoción la acogida que le dispensó en el hermoso parque del mestizaje sería la inauguración y fue allí donde el Rey, al recibir las llaves de la ciudad, hizo la apología de una capital que ha sabido ser azteca, virreinal, mestiza y cosmopolita, con la admirada plenitud y grandeza.

Y ese mismo día, en el Heroico Colegio Militar de México el Rey entregó en depósito una bandera de España y por la noche en la cena ofrecida en su honor por el presidente mexicano, se refirió a la necesidad de crear juntos, mexicanos y españoles, una realidad nueva, capaz de expresar el sentido de procedente que nuestros pueblos tienen de la justicia, la libertad y la dignidad.

Al día siguiente, los reyes visitaron Veracruz y Jalisco y en la despedida al Rey volvió a referirse a la generosa acogida que se prestó en México a tantos españoles que rehicieron sus vidas y reanudaron su existencia profesional.

Y concluyó diciendo que la nación mexicana engendró una inolvidable deuda de gratitud en toda España. La idea de pervivir profundamente enraizada en el corazón reconciliado de un pueblo, decidir la mirada al futuro y a forjarlo inspirado por sentimientos de unidad y de paz.

Y concluyo esta evocación del viaje con un recuerdo que deseo evocar hoy aquí: cuando fui a despachar con el Rey su viaje a México me transmitió, me dijo, por cierto, la viuda de ¿Manuel Azaña no está en México?

Y le contesté, yo creo que sí, pero lo voy a averiguar efectivamente. Se lo comuniqué al embajador de España y al visitar el embajador de España a la viuda de Azaña para decirle que el Rey de España quería ir a verle. Ella le contestó que sería ella la que fuese a la Embajada para saludar al Rey; un encuentro que presencié con emoción, el último día de la estancia del Rey.

Ya ven ustedes cómo lo que he venido explicando, exponiendo, muchas cosas ustedes ya las conocían pero he querido recogerlas hoy aquí.

La emoción de lo que significa aquella voluntad conjunta, de mirar hacia el futuro, se llevaron a cabo, luego viajes oficiales que sirvieron para reencontrarse.

Y se puso de manifiesto que el pragmatismo con el que se había enderezado las relaciones hispano mexicanas, era más que suficiente para mirar hacia adelante con determinación, sin tibieza ni dudas.

España y México volvían a caminar juntas por la senda del entendimiento, con el ánimo de fortalecer sus relaciones económicas y políticas, pero sobre todo humanas.

Y voy concluyendo: quiero evocar también el reconocimiento que a modo de recompensa merecieron actores principales, como López Portillo, que fue galardonado con los premios Príncipe de Asturias, en la Convención Iberoamericana, ya que durante su mandato se cerró, se decía concretamente, para siempre, el contencioso hispano mexicano.

A su vez, en enero de 1996, cuando en México se sentían ya los primeros vientos de la renovación política, hubo una nueva visita a España y se le impuso, a Adolfo Suárez, la Banda de la Orden de Águila Azteca.

Una vez diseñadas las nuevas reglas del juego y superada en principio –ya termino-, la frase declarativa y lírica a ninguna de las partes le interesaría, en lo sucesivo, meter la mano para remover en las, por entonces, turbias aguas del pasado.

Dicho de otra forma: los mandatarios de ambos países ya habían sellado en particular pacto con la historia.

Los viajes oficiales que se han venido programando desde entonces hasta la fecha, han servido para reafirmar, una tras otra, la tesis que aquí se presenta.

No se volvería a abordar el tema del pasado con la excepción del Quinto Centenario del 92, y en cada encuentro oficial, entre España y México, se ha venido reproduciendo el mismo discurso:

“Nos une un pasado común, participamos en la misma cultura y el objetivo de siempre: mirar hacia adelante”, y por supuesto en cada momento, en cada encuentro, en cada recepción, tampoco ha faltado la ocasión propicia para recordar que estos dos países, México y España, atraviesan por un gran momento de su historia, porque siempre, siempre el último momento parece el mejor.

Señoras y señores:

Termino, pero permítanme reiterar el gran honor que para mí representa esta invitación al Senado de la República, que me ha permitido recordar algunos de los hechos que me han marcado en mi vida política y diplomática.

Dicen que vivir no es ver el pasado sino volver. Esta vuelta al pasado con ilusión y sin nostalgia, ha sido para mí motivo de profunda satisfacción y agradecimiento.

Muchas gracias.

SENADORA BLANCA MARÍA DEL SOCORRO ALCALÁ RUIZ: Queremos, en nombre del Senado de la República; de su Presidente, el senador Pablo Escudero, quien ofrece además una muy sentida disculpa de haber tenido que retirarse hace unos minutos, debido a que hoy, como les habíamos anticipado, el Senado se ha vestido y se viste de lujo.

Primero, por esta presencia de nuestros distinguidos invitados, por don Marcelino Oreja Aguirre y toda la comitiva que le acompaña.

Y en unos minutos más, tendremos también la visita del Excelentísimo Presidente de Polonia.

Les ello ofrece disculpas, pero me ha encargado que le transmita a usted, don Marcelino, que sin duda esta mañana hemos tenido el privilegio de escuchar una muy destaca cátedra de diplomacia parlamentaria, una cátedra de lo que han representado las relaciones entre México y España.

Pero no solamente ello, sino permítame destacar que a lo largo de estos minutos, nos ha podido también mostrar la sensibilidad, el rostro humano de lo que implica su propia trayectoria y de todos los personajes que a lo largo de estos años han tenido que ver con las relaciones entre nuestros países.

Sin duda, a lo largo de su intervención, nos ha permitido conocer detalles, circunstancias de personajes ilustres de ambos países. Nos ha podido hablar de esa España de la Guerra Civil, de esa España del franquismo; pero también de las libertades.

De la España democrática, de la que ustedes como nosotros nos sentimos profundamente orgullosos. A lo largo de esos años, sin duda también hoy han rendido fruto el restablecimiento de nuestras relaciones.

En México hemos reconocido lo que implica hoy este tema de la interculturalidad. Hemos dejado atrás cualquier obstáculo, cualquier duda para, por el contrario, como bien lo parafraseaba usted hace unos momentos, ningún conflicto, ninguna circunstancia pueda distanciarnos.

Terminaría por agradecer lo que también para los mexicanos ha representado esta relación de todos estos años. En numerosas ocasiones, personajes ilustres de México han sido galardonados por el Reino de España y la República de España:

El Premio Cervantes en José Emilio Pacheco, en Elena Poniatowska, sólo por mencionar algunos de ellos.

Y así también nos complace mucho que en distintas ocasiones el Gobierno mexicano también ha reconocido a ilustres españoles, de los cuales usted también hablaba, del propio expresidente Adolfo Suárez.

Señor Embajador, estimado don Marcelino:

Reciba, pues, del Senado de la República el reconocimiento por su trayectoria personal y al pueblo de España, el reconocimiento de lo que implica nuestra relación, del pasado, del presente, pero sobre todo del futuro.

Enhorabuena y permítanme, a nombre del Senado, entregarle un pequeño a usted, que es una publicación, como muchas que seguramente usted tendrá de lo que representa nuestra relación; pero en este caso hoy también al conmemorar México el centenario de nuestra Constitución.

Muchas gracias a todos ustedes, sean nuevamente bienvenidos.

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