Senado de la República

COORDINACIÓN DE COMUNICACIÓN SOCIAL

SENADOR ROBERTO GIL ZUARTH: Muy buenos días tengan todos ustedes.


Quiero agradecer a la Comisionada Presidenta del Instituto Nacional de Acceso a la Información Pública y Protección de Datos Personales, a la doctora Ximena Puente, por la invitación a participar en la Conmemoración del Día Internacional de la Protección de Datos Personales.
Saludo con mucho afecto al ministro Luis María Aguilar Morales, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; al doctor Miguel Mancera, jefe de gobierno del Distrito Federal, en proceso de mudanza a jefe de gobierno de la Ciudad de México.
A la doctora María Patricia Kurczyn Villalobos, Comisionada del INAI.
A Mucio Israel Hernández Guerrero, Comisionado Presidente del Instituto de Acceso a la Información Pública y Protección de Datos Personales del Distrito Federal.
A mis queridos amigos, los senadores Laura Rojas y Alejandro Encinas.
Por supuesto al maestro Virgilio Andrade, Secretario de la Función Pública.
Cada mes, 24 millones de mexicanos navegan en Facebook. El 92 por ciento de los mexicanos con acceso a Internet tienen una cuenta en esa red social.
La tercera parte de los usuarios de redes sociales afirman estar conectados a ellas todo el día. Cuarenta por ciento utiliza sus cuentas más de 10 veces al día.
El valor de mercado del comercio electrónico en México asciende, según datos a 2014, a 12.2 billones de pesos.
Cada segundo, 12 personas son víctimas de un ciberdelito.
México se encuentra entre los los 10 primeros lugares de países con alta incidencia en robo de identidad.
Hoy el Internet, las redes sociales, las plataformas colaborativas son un espacio en el que desdoblamos nuestra identidad, interactuamos, nos vinculamos con otros, nos conocemos y nos reconocemos en ellas.
Es la nueva comunidad, la plaza pública, en la que los individuos expresan, dialogan, se reúnen, debaten y participan.
El mercado en el que intercambiamos mercancías, información, datos, conocimiento, la economía y la sociedad de lo intangible.
Las tecnologías de la información han abierto un horizonte insospechado de aplicaciones que aceleran nuestras interacciones. También, la posibilidad de acumular y estructurar enormes cantidades de datos.
En la era de las nubes digitales y la big data, podemos hoy sacar provecho de información que sería muy costoso, en términos de tiempo y dinero, aprovechar bajo modalidades tradicionales de gestión de datos.
En nuestra era, podemos beneficiarnos del potencial de información que hasta hace unos años se evaporaba en la infinidad del espacio virtual.
Más aún, la tecnología ha convertido el inmenso océano de datos en canales ordenados de información cada vez más individualizada, desde hábitos y parámetros de consumo hasta las preferencias más específicas de las personas.
A través de una simple cámara instalada en un teléfono móvil hoy se puede relacionar un rostro con miles de datos disponibles, datos que tienen valor, que seducen al comercio porque es la puerta por la que la oferta penetra en la demanda.
Tiene los gestores físicos y virtuales de datos derechos a usar nuestras búsquedas para plantear estrategias de publicidad y de ventas, a capitalizar ese aprendizaje, son nuestras actividades en línea datos que se pueden compartir, usar, cuantificar, comerciar.
Nuestra personalidad es hoy identidad digital: usuarios, contraseñas, perfiles, imágenes, biométricos, tendencias relacionales de una persona con otras y con el mundo.
Es parte esencial del patrimonio moral de cada persona: intimidad, imagen, honor, privacidad.
La nueva vulnerabilidad del ciudadano en la sociedad de la información es, precisamente, esos datos que revelan su personalidad y que navegan sin control a través de las plataformas digitales.
El derecho a la protección de datos personales, es un derecho que se incorporó relativamente reciente a nuestro marco jurídico.
Primero, en 2007, como un límite al derecho a la información.
Posteriormente en 2009, como un derecho per sé garantizado por nuestra propia Constitución.
Hemos ido creando poco a poco una institucionalidad para proteger ese derecho.
Gracias al nuevo régimen de protección de datos personales, cada persona puede decidir cuándo y dentro de qué límites revela situaciones de su vida privada.
Ante el desconocimiento del derecho, de su funcionamiento y de su potencia protectora, las interacciones personales y comerciales que cada vez se realizan con mayor frecuencia en línea, son espacios naturales de riesgo.
Para los ciudadanos, muchas veces implica elegir entre su privacidad y disminuir sus costos de transacción.
Treinta por ciento de los internautas, por ejemplo, utilizan banca en línea para hacer operaciones; otro 30 por ciento no lo hacen por desconfianza de exponer sus datos.
Para la sociedad, una débil protección de datos personales que disuada a los individuos a interactuar en el mundo de las nuevas tecnologías, implica derrochar márgenes importantes de competitividad en la economía y también deficiencia en las interacciones sociales.
Tener leyes estrictas de protección de datos personales no es un lujo ni un capricho garantista.
En una sociedad justa, las instituciones sirven al propósito de garantizar la dignidad de las personas, su autonomía en la definición y persecución de su plan de vida, el trato y consideración en igualdad de circunstancias.
No hay posibilidad de desdoblar la dignidad sin un cerco impenetrable de protección al núcleo esencial de cada persona.
La discriminación, la interferencia indebida e invalidante en el libre desarrollo de la personalidad, la vulneración de la intimidad, entran por las fracturas de ese cerco.
Pero el riesgo no late sólo en la posesión de información en manos de particulares.
Nuestra constante interacción con los poderes públicos para efecto de cumplir nuestras obligaciones, ejercer nuestros derechos o acceder a un bien o servicio público, implica necesariamente ceder la gestión de nuestros propios datos.
Aun cuando se trate del Estado, esa información debe quedar resguardada escrupulosamente, ser usada para los fines y propósitos vitales de la propia persona y sólo de manera excepcional y limitada sometida a las necesidades de las potestades públicas.
Avanzar en la Ley de Protección de Datos Personales en manos de sujetos obligados, es una prioridad de la política. Y esa Ley debe ser tan o más exigente de la que hoy rige a los particulares.
El Senado tiene un compromiso de avanzar en esa Ley, y estoy seguro que el compromiso que han demostrado senadores como Laura Rojas, o Alejandro Encinas, se va a expresar con igual o mayor intensidad en la discusión por venir en esta materia.
Se pueden y debemos superar el falso debate entre que la protección de datos personales y la seguridad nacional están en tensión.
Se pueden encontrar equilibrios ponderados entre el derecho, entre los derechos y el interés público, pero siempre anteponiendo –subrayo: siempre anteponiendo- la centralidad de las personas.
Debemos avanzar en el derecho al olvido como instrumento para que cada individuo pueda reprogramar su vida para que los errores del pasado no sean un estigma permanente para las personas.
Esas son las definiciones que tenemos frente a nosotros, son las definiciones, los nortes de las políticas públicas que dan substancia material, corpórea, al derecho que hoy conmemoramos.
Un derecho que se ha consagrado afortunadamente en la constelación de principios y valores éticos que la humanidad ha convertido en normas jurídicas.
Conmemorar un derecho, no es más que resaltar su importancia y trascendencia en una comunidad.
Es también la oportunidad de reflexionar sobre sus alcances para activar la discusión sobre lo que se debe y sobre lo que no se puede hacer para fortalecer los mecanismos creados para su efectiva garantía.
Es la ocasión para compartir con otros diseños institucionales, buenas y malas prácticas, experiencias exitosas y también fracasos, el espacio reflexivo para reconocer los retos, para fijar la meta inmediata y la siguiente a la más próxima.
Porque la maximización de los derechos, su evolución institucional, no es otra cosa que el incansable andar de una sociedad en búsqueda de más grandes y más ambiciosas metas de justicia.
Por su atención muchísimas gracias.

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