Palabras del senador Enrique Burgos García, Representante del Senado de la República ante el Comité para la Conmemoración del Centenario de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de 1917, al iniciar sus festejos, organizado en el Museo de las Constituciones de la Ciudad de México, 3 de febrero de 2016.

Muy buenos días.

Señor senador Roberto Gil Zuarth,
Presidente del Senado de la República;

Señor licenciado Luis María Aguilar,
Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación;

Doctor Francisco Domínguez Servién,
Gobernador Constitucional del estado de Querétaro;

Señora licenciada Arely Gómez,
Procuradora General de la República;

Señor doctor Enrique Graue,
Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México;

Magistrado Constancio Carrasco,
Presidente del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación;

Señores coordinadores de los grupos parlamentarios en el Senado de la República;

Doctor Raúl Cervantes,
Presidente de la Comisión Especial para la Conmemoración del Centenario de nuestra Constitución;

Doctora Patricia Galeana,
Secretaria Técnica del Comité para la Conmemoración del Centenario de la Constitución Política de los Estados Unidos mexicanos;

Muy distinguido presídium, todos;

Distinguidos asistentes:

Al inicio de las actividades conmemorativas del Primer Centenario de nuestra Constitución, que se desarrollarán durante el año previo a esa fecha, 5 de febrero del 2017, vale la pena una reflexión en los actos diseñados por la Cámara del federalismo.

Lo es ahora y lo será siempre, la conmemoración más importante de nuestro calendario cívico. No recordamos a un héroe o una gesta individual, sino un acto de creación colectiva, el más significativo de la vida de una nación, que es el darse a sí mismo una Constitución.

Al constituirse una nación se reconoce, se define, precisa su deber ser y afirma su naturaleza soberana.

Ninguna Constitución como la de 1917 recoge la realidad mexicana tan puntualmente, ninguna modela mejor las aspiraciones populares.

La Carta de Querétaro es por ello original. La originalidad no proviene sólo por la incorporación, al texto de la ley suprema de materias históricamente inéditas, como en lo social, la cuestión de los derechos del campesino y del obrero.

La originalidad proviene entonces de la audacia, exigente y fidelidad con la que el Constituyente recoge el sentido de la nación, por eso la Carta de Querétaro es expresión de soberanía.

No hay Constitución sin soberanía, ni soberanía sin Constitución. Ningún pueblo puede ordenar su vida y trazar su horizonte si es un pueblo sometido; pero, al propio tiempo sólo deja ver ante sí mismo y ante los demás su presencia soberana cuando dispone de un orden, de un Estado de derecho, cuyos principios fundamentales se contienen en su Constitución.

Es la Constitución la que hace viable a la nación, más aún cuando previó su propia reformabilidad, la convierte en comunidad políticamente realizada y le da origen y legitimidad.

A la generación presente en la etapa de pluralidad acentuada de nuestra democracia, le ha correspondido buscar y acentuar una norma suprema, en donde quepan las respuestas a un mundo internacionalizado, de intensa competencia y donde los derechos humanos están en el centro de las sociedades de occidente.

En esta generación la voluntad de entendimiento del Presidente Enrique Peña Nieto, ha encontrado en las fuerzas políticas del Congreso diálogo y aportaciones, para que hoy tengamos nuevos espacios para impulsar la calidad educativa, la competencia económica, el avance en telecomunicaciones, el desarrollo de la energía, el fortalecimiento de la democracia, la transparencia y el derecho a la información, el andamiaje para prevenir y sancionar la corrupción y la autonomía de la Ciudad de México.

Somos una nación y un Estado cuya, identidad dimana de nuestras luchas y de nuestra íntima vocación soberana.

Nos ampra una historia, un presente y un porvenir que compartimos, confiados en poder ofrecernos a nosotros mismos una vida de dignidad, en esa medida compartimos lo sustancial.

Es profunda nuestra unidad, que no significa uniformidad, que es lo que cancela las democracias; pero es, también, muy rica nuestra pluralidad como nación.

Lo somos por la diversidad técnica y lingüística, por la diversidad cultural, por las distintas visiones partidistas y sociales; lo somos también por haber adoptado en soberana decisión un régimen representativo, democrático, republicano, federal y laico.

Por ello, democracia y federalismo son pilares de la República. Abundar en ellos, profundizar en su práctica es hoy una cuestión de sobrevivencia histórica.

El devenir del Siglo XX y ya ha avanzado el Siglo XXI, nos muestra la fragilidad de las organizaciones autoritarias y centralistas, que cancelan caminos de libertad y de justicia.

No es la globalización de los mercados, ni la interdependencia económica, ni mucho menos el amago de la delincuencia, lo que hace inviable a las naciones. Lo que realmente amaga la soberanía de los Estados-Nación, es su incompetencia para vivir en democracia y libertad, su incompetencia para responder a las aspiraciones legítimas de sus habitantes.

México es y será viable como Estado y como nación, si abundamos en la fortaleza de nuestras instituciones democráticas; si practicamos consistentemente el federalismo, cuyo espíritu de conciliación entre lo nacional y lo regional se convierte en esfuerzo de descentralización, que no podemos perder de vista; pero, sobre todo, porque tiene que ser en esencia compromiso unidad y voluntad de afianzar un porvenir común, un tiempo promisorio para nosotros, para las actuales generaciones y para los que vendrán mañana.

Ese es el andamiaje constitucional, esa es nuestra fortaleza presente y nuestra atalaya frente al porvenir.

Me parece que los mexicanos no requerimos una nueva Constitución. Requerimos vivir la que tenemos, aquí y ahora, en circunstancias muy distintas a las que vivió el Constituyente de Querétaro, pero a la par coincidentes, porque más allá de las circunstancias nos animan los mismos principios y los mismos ideales, cambian las estrategias, pero prevalecen los valores.

Es factible, sin embargo, como lo ha propuesto la academia, reflexionar en su posible reordenación técnico-jurídica, bajo sus mismos principios y decisiones fundamentales, con el mismo espíritu, sentido y horizonte que le imprimieron nuestros padres Constituyentes de 1917, en la misma vía que la Constitución previó para su reformabilidad a través del Constituyente permanente.

Ninguna circunstancia -por compleja que sea- no nos doblegará si atendemos los reclamos democráticos, si cada entidad federativa asume su responsabilidad como instancia vigilante del bienestar de los suyos y del conjunto de la nación, si quienes tenemos una encomienda pública asumimos con puntualidad nuestras propias responsabilidades.

Democracia, federalismo, justicia son compromiso inacabado, nos deben fortalecer como nación, en la medida en que su pleno ejercicio se funde en la corresponsabilidad de todos los mexicanos y la vigencia y cumplimiento de nuestros principios constitucionales.

Hay decisiones fundamentales que no están a debate. Así como democracia, federalismo y justicia, la integridad territorial es también condición de soberanía, así lo determinó el Constituyente de Querétaro, como un rasgo esencial del pacto que los mexicanos suscribimos hace casi 99 años.

Todos los días debemos refrendar el gran acuerdo, el Pacto Constitucional. No se trata de un refrendo formal, es un principio que como la libertad se tiene que ejercer activa y cotidianamente.

Es compromiso ético y político, que en el Centenario de nuestra Constitución debemos ratificar y practicar, con la misma emoción y orgullo con los de aquellos Constituyentes del 17, procedentes de todos los confines del país, allá, en el Teatro de la República, en Querétaro, debatieron, soñaron y pactaron la justicia y la paz para sus hijos.

Muchas gracias.