Versión estenográfica del mensaje del senador Roberto Gil Zuarth, presidente de la Mesa Directiva del Senado de la República, durante la inauguración del Encuentro y mesas de debate sobre “La legislación mexicana de educación superior.

 

SENADOR ROBERTO GIL ZUARTH: Muy buenos días tengan todos ustedes. Sean bienvenidos al Senado de la República.

 

Me honra mucho esta mañana recibir en la Casona de Xicoténcatl al Secretario de Educación Pública, al maestro Aurelio Nuño Mayer, con el que me une ya una entrañable amistad. Al que le reconocemos mucho su sentido de responsabilidad, su visión de Estado, su vocación de servicio público, pero sobre todo la muy importante contribución que tuvo a la construcción de este periodo de reformas, el mayor que ha tenido el país en los últimos años y que hoy tiene la enorme responsabilidad de implementar una de ellas, la que muchos reconocemos como la más importante de las reformas estructurales aprobadas recientemente.

 

Debo decirle al señor Aurelio Nuño que no solamente cuenta en lo personal con muchos de nosotros sino también cuenta con el Senado de la República en este empeño por llevar a buen puerto la reforma educativo y la transformación del Sistema Educativo Mexicano por el bien de nuestros jóvenes, pero sobre todo por el engrandecimiento de la sociedad mexicana y el desarrollo de nuestro país.

 

Sea usted muy bienvenido, secretario Aurelio Nuño, a la que por varios meses ha sido su casa, porque sin lugar a dudas venía constantemente a este proceso de negociación y construcción de las reformas y siempre teníamos la oportunidad y el gusto de escucharlo, de dialogar con él y hacer política con dignidad y con mucha honestidad con el Secretario de Educación Pública. Sea usted bienvenido.

 

Saludo, por supuesto, a las y los señores senadores; a las y los señores rectores que nos visitan de todo el país; a nuestros colegas y compañeros diputados. Salude por favor, señor diputado, al presidente de la Mesa Directiva, Jesús Zambrano, dele los saludos del Senado de la República.

 

A nuestras compañeras legisladoras, presidenta de la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados.

 

A todos ustedes sean ustedes muy bienvenidos al Senado de la República.

 

Prácticamente ha transcurrido un siglo desde aquel debate que protagonizaron dos ilustres mexicanos sobre la educación en nuestro país: José Vasconcelos y el regiomontano Moisés Sáenz Garza.

 

Discutieron en distintos momentos y a través de distintos medios sobre la educación en nuestro país, sobre cuál era la función y la naturaleza de la educación en ese proceso de construcción de instituciones que marcó el inicio del Siglo XX.

 

Por un lado, José Vasconcelos estaba convencido de que la educación debía tener una educación civilizatoria, decía él. Que debía ser la vía para la construcción de un mejor ser humano a partir del desarrollo de sus sensibilidades intelectuales, culturales, artísticas, políticas.

 

A través del acceso intelectual a nuevas realidades, culturas lejanas, reflexiones, la educación provocaría –decía Vasconcelos– una suerte de liberación del ser humano frente a su circunstancia, transformaría su visión del mundo, convertiría a la persona en un ser universal.

 

La educación era para Vasconcelos el principal mecanismo para reivindicarse culturalmente, para que la persona perteneciera a una nación y al mismo tiempo para encontrar un lugar, un sitio en el mundo.

 

Era el instrumento –decía José Vasconcelos– para abrir los ojos y la mente de los individuos, pero también para comprender mejor la realidad propia.

 

Vasconcelos sembró esa idea civilizatoria de la educación, la contemplación filosófica y la reafirmación cultural antes que las habilidades y las competencias.

 

Sáenz, el inventor y el constructor de las escuelas rurales en nuestro país, por el contrario, creía que la educación debía tener una educación fundamentalmente práctica para enfrentar la vida de todos los días; para acceder a un empleo, para construir un patrimonio, para tener una profesión, un oficio permanente en el entorno social, económico y productivo.

 

Una educación que no solamente tuviera un enfoque hacia la construcción de capacidades intelectivas sino también un enfoque fundamentalmente práctico.

 

Una educación sin estos enfoques no liberaría al ciudadano de sus ataduras circunstanciales, decía Moisés Sáenz.

 

Esa liberación la entendía Sáenz no sólo como el acceso a la cultura universal, sino como la posibilidad de domesticar los obstáculos de la vida, la educación como el mecanismo que permite sortear la lotería  natural, ese azar que define dónde nacemos y dónde vivimos.

 

La visión que tenía Moisés Sáenz de la educación estaba profundamente inspirada en la cultura protestante del trabajo y en particular en la concepción anglosajona de que el trabajo redime a la persona; libertad entendida como emancipación desde el trabajo y no como la entendía Vasconcelos, como plenitud del espíritu.

 

Para Sáenz el sistema educativo era ante todo una comunidad, la comunidad más inmediata a la persona, una comunidad definida por objetivos vitales, solidaridad, cohesión social y desarrollo individual y colectivo.

 

Vasconcelos hacía énfasis pues en la dimensión especulativa, universal y civilizatoria de la educación. Sáenz, por su parte, al enfoque práctico, comunitario y sobre todo productivo de la educación.

 

Ese debate que a primera vista pareciera anecdotario, resulta de enorme y trascendental vigencia en nuestro tiempo. Por un lado la visión de Vasconcelos nos obliga a ser conscientes de que nuestra comunidad más inmediata, la mayor parte de las veces ya no es la más cercana, no es nuestra localidad, sino que es una comunidad global.

 

Lo que para Vasconcelos era la idea de lo universal, es hoy la realidad de la globalización, una realidad intensamente competitiva, en donde interactuamos en tiempo real y a una velocidad vertiginosa, con toros, que jamás conoceremos y que quizá nunca tendremos posibilidad de estrecharle la mano o verlo a los ojos.

 

Una realidad que nos exige apertura de miras, habilidades diferentes, nuevas capacidades de sobrevivencia, pero que también está llena de incertidumbres, de nexos de causalidad, que simplemente no podemos predecir y mucho menos controlar.


Por su parte, Sáenz nos recuerda el sentido de pertinencia de las competencias, habilidades y destrezas que el sistema educativo debe forjar en la persona, en la apremiante necesidad de que el sistema educativo debe servir para igualar efectivamente las oportunidades y debe ser tangible en el desarrollo justamente de sus oportunidades.

 

Hoy más que nunca Vasconcelos y Sáenz están en constante comunicación en nuestra realidad. Hoy más que nunca debemos atenderlos para coincidir en un sistema educativo que permita a una persona entender el mundo y sobre todo también transformar su mundo.

 

Un sistema educativo que entienda que la persona interactúa simultáneamente con lo próximo y lo lejano, con su comunidad más inmediata y con la globalidad más incierta.


Para Vasconcelos la educación debía tener una pretensión de verdad, vocación científica y también estética; para Sáenz debía tener un sentido práctico, vincularse estrechamente con el sistema productivo y económico y sobre todo responder a una realidad social presente y latente.

 

Hoy en día uno de nuestros mayores retos es que el sistema productivo y el sistema educativo están divorciados a muerte, como lo decía hace un momento el secretario Aurelio Nuño, tres cuartas partes de nuestros profesionistas no encuentran un empleo al graduarse y casi la mitad trabajan en empleos absolutamente desvinculados de su área de estudio.

 

Nuestro sistema educativo sigue interpretando al mundo bajo el modelo económico intensivo en capital y en trabajo físico, pero hoy la realidad es intensiva en capital humano e innovación.

 

El día de hoy no hay motor más potente, más productivo que la innovación.

 

La pregunta que debemos formularnos y de ahí la pertinencia de este foro, es entonces si el sistema educativo genera, efectivamente, habilidades y competencias para la innovación. Y si la respuesta es negativa, el reto es lograr que así sea.

 

También, debemos reconocer que no hemos encontrado lugar a la educación técnica en nuestro sistema productivo y educativo.

 

No hemos reconocido que tiene una razón social de ser y que significa una aportación crucial al desarrollo individual y colectivo.

 

No hemos sabido crear un mercado que le asigne valor. Hemos permitido el desarrollo de un círculo perverso en que la educación técnica, al no tener mercado no tiene valor, y al no tener valor no genera incentivos para que las personas elijan justamente esa vocación como curso de vida.

 

Qué hacer con la educación técnica es una decisión sobre el sistema educativo que queremos, pero también debe ser una decisión sobre cómo abrir nuevos mercados, cómo construir mercados en donde la educación técnica y las habilidades técnicas no compitan de manera desleal con la economía informal, por un lado, o con los oficios precarios, por el otro.

 

Mientras no transformemos la educación técnica en una opción atractiva, seguiremos teniendo las tasas más bajas de matriculación en educación superior para la educación técnica.

 

La síntesis del sentido universal de Vasconcelos, y la idea comunitaria de Sáenz, es la universidad.

 

La universidad como el espacio que desarrolla ciencias y artes y genera conocimiento, que forja sensibilidades y también habilidades, que abre expectativas de vida individual y colectiva, que es taller de disposiciones y vocaciones cívicas; la universidad como plataforma de igualación, como palanca de movilidad y mecanismo de inclusión social.

 

Y en las administraciones de la coyuntura hemos devaluado a la universidad a plaza pública para la gestión de conflictos y la distención social, espacio para apaciguar, para atemperar, para distender, en lugar de liberar.

 

De la idea de la autonomía como garantía institucional de la libertad de cátedra, nos hemos instalado desafortunadamente en la coartada que ha justificado el total desentendimiento social de la función de la universidad, de sus fines y de las condiciones materiales necesarias para la realización de éstos; el total abandono en muchos de los casos a la universidad pública en nuestro país.

 

Nos hemos desentendido de la universidad como institución que al mismo tiempo civiliza y nos hermana como comunidad.

 

Un auditorio secuestrado por un grupo es la expresión más plástica del vacío que como sociedad estamos dejando en nuestras universidades.

 

Es la claudicación de nuestro deber social de defender la idea de comunidad que significa la universidad en nuestro país.

 

Ciertamente el futuro de la universidad para por ampliar la cobertura y el acceso a la educación superior.

 

Sin duda requiere de parámetros de calidad para la instrucción que ahí se imparte, pero también se define por la pertinencia de las competencias, habilidades y destrezas que en la universidad se reciben.

 

La palabra rechazados debe erradicarse de nuestro léxico. Y eso requiere, indiscutiblemente, de la generación de opciones de educación para nuestros jóvenes.

 

No cualquier educación satisfará nuestro deben frente a nuestros muchachos.

 

Necesitamos ofrecer una educación que al mismo tiempo abra la mirada a lo universal, como quería Vasconcelos, y siembre de reflejos de comunidad, como quería Sáenz.

 

Una educación que lea atentamente los clásicos de Vasconcelos, pero que ensaye y practique con Moisés Sáenz.

 

Debemos superar de una vez por todas, la obstinada brecha que separa el mundo de las ideas del mundo del trabajo, o en clave moderna con el mundo de la innovación.

 

Durante muchos años hemos agotado nuestros debates, enfocados exclusivamente en la educación básica.

 

Es la hora de voltear a ver nuestra mirada a la educación técnica y superior; armonizar intereses y recursos, políticas públicas claras, esfuerzos financieros sostenidos y sustentables, y sobre todo responsabilidad política por la universidad pública en nuestro país.

 

Nuestro país no alcanzará su aspiración de justicia, mientras cada joven no tenga al menos la oportunidad de decidir y construir su propio plan de vida.

 

Quizá Vasconcelos y Sáenz no tuvieron tiempo ni vida para concluir ese debate, para fusionar sus concepciones sobre la educación y sobre la universidad. Estoy seguro de que estando hoy aquí, seguirían discutiendo, dialogando, persuadiéndose, como los dos grandes universitarios que fueron.

 

Conciliar la inquietud universal con la aptitud práctica, es el desafío presente que se nos ha heredado. No podemos perder una generación más, recreándonos en ese debate: seamos la generación que diseñe el modelo virtuoso, que le dé la razón al secretario Vasconcelos, pero sobre todo que honre el legado del subsecretario Moisés Sáenz Garza.

 

Por su atención, muchísimas gracias.