Senado de la República

COORDINACIÓN DE COMUNICACIÓN SOCIAL

Versión estenográfica del mensaje del senador Martí Batres Guadarrama, presidente de la Mesa Directiva del Senado de la República, durante la inauguración de la exposición Amado Nervo “Poeta de la Nación”.



SENADOR MARTÍ BATRES: Muchas gracias.

Saludo a la señora Beatriz Gutiérrez Müller, periodista, investigadora y presidenta del Consejo Asesor Honorario de la Coordinación Nacional de Memoria Histórica, además amante de la cultura yd e las letras.

Sea usted muy bienvenida Beatriz Gutiérrez Müller.

Saludo también a Antonio Echevarría, Gobernador Constitucional del Estado de Nayarit; muy bienvenido.

Saludo a Sandro Javier Padilla Jasso, familiar de Amado Nervo; a la senadora Susana Harp, presidenta de la Comisión de Cultura; a la senadora Gloria Elizabeth Núñez, senadora por el estado de Nayarit, y al embajador de la República de Uruguay, Aníbal Fernando Cabral.

Bienvenidas y bienvenidos al Senado de la República.

El 19 de julio de 1902, en la Cámara de Diputados, Amado Nervo recitó su leyenda heroica “La Raza de Bronce”, que conmemoraban 30 años de la muerte del Benemérito Juárez.

Desde entonces, esta pieza ha sido parte del repertorio escolar de miles de escuelas. Este simple hecho justificaría por sí mismo la inscripción “Amado Nervo, poeta de la Nación”, en este recinto legislativo, tal como lo propuso el senador por Nayarit, Miguel Ángel Navarro Quintero, autor de esta iniciativa para rememorar, a cien años de su muerte, al gran poeta de su estado.

Nuestro reconocimiento, senador Miguel Ángel Navarro.

Nervo puede ser simple. En “Hidalgo y Morelos”, de 1903, un tema infantil para canto y que formaba parte de una colección de canciones para las escuelas elementales del régimen porfiriano, Nervo Canta:

“El monte de nieve y eternos basaltos que siglos y siglos sus crestas irguió Morelos, Hidalgo, dirá: son más altos, más altos que yo.”

Puede ser oscuro. En “A Kempis dice: Ha muchos años que busco el yermo, ha muchos años que vivo triste, a muchos años que estoy enfermo y es por el libro que tú escribiste.

“Oh Kempis, antes de leerte amaba la luz, las vegas, el mar Océano, más tú dijiste que todo acaba, que todo muere, que todo es vano.

“Oh, Kempis, Kempis, asceta yermo, pálido asceta, que mal me hiciste, ha muchos años que estoy enfermo y es por el libro que tú escribiste”.

Nervo puede ser sublime. En “la Raza de Bronce” dice: “Pidiéndole humildemente permiso a Juárez, señor, deja que diga la gloria de tu raza, la gloria de los hombres de bronce, cuya masa melló de tantos yelmos y escudos la osadía”.

Luego el poeta nos narra un encuentro sobrenatural justo aquí, donde hoy está el senado: “Yo estaba solo en la quietud divina del valle. Solo, no, la estatua fiera del héroe Cuauhtémoc, la que culmina disparando su dardo a la pradera, bajó del pálido de pompa vespertina. Era mi hermana y mi custodio era”.

Nervo cuenta que cuatro fantasmas se le acercaron en esa pradera que hoy es la Colonia Juárez y luego nos dice que él, ante aquella visión que asusta y pasma como Hamlet, su doliente hermano, tuvo valor y los interrogó uno a uno:

“Qué abismo os engendró, de qué funesto limbo surgís. Sois seres, humo vano”, como si el poeta en ese 1902 intuyera que aquella raza de bronce, que justo acababa de llamar “enorme raza muerta”, vivía realmente en un limbo del que saldría poco después, armada y revolucionaria.

Nervo finalmente puede ser visionario. En “Canto a Morelos” el bardo nayarita se acerca al héroe igual que hizo con Juárez: “Señor, deja que narre tu vida y tu destino”.

Pero inmediatamente descubre, detrás de Morelos, a lo otro: “Señor, deja que siga tus éxodos inquietos cuando rapaz guiabas tu recua en el camino, quién sabe si los montes y el valle peregrino te hicieron confidente de todos sus secretos”.

Y si al loar a Juárez, Nervo convocó augustos fantasmas de reyes indígenas y recordaba que de la gran generación liberal indígena quedaba vivo en esos días sólo el cultísimo Altamirano, cuando honra a Morelos, el gran poeta del porfiriato no puede evitar reconocer que la grandeza de éste residió en su relación con lo rural y a través de ello con lo popular.

Dice el poeta: “Tal vez en esas tardes de regio colorido en que un matiz de ensueño cobija cuanto existe, el alma de la Patria te suspiró al oído con voces inefables. Morelos, estoy triste”.

La Patria que le habla a Morelos, el joven arriero se encarna entonces en el valle michoacano, la cordillera, refugio de jaguares, en árboles, estrellas, y todos le dicen, estamos tristes.

“Entonces qué alma grande llamado tal resiste la tuya adolescente, más ya elegida en brava”. Le respondió a la Patria “ya sé por qué estás triste, el cielo te hizo libre y España te hizo esclava”.

El canto sigue ahora narrando el encuentro de Morelos con las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, las que desde las jaulas colgadas en la Alhóndiga de Guanajuato le exigen “salva a mi pueblo, venga a mi Patria, asuste al tirano, ármate y marcha”.

Nervo narra en 40 versos la epopeya militar de Morelos y luego cierra el relato lúgubremente.

Más tarde, ante un Congreso de Levitas, el heroico Levita fue llevado. Luego el juicio injusto, la ejecución del héroe.

Y el patíbulo, al fin, y el victimario que consuma las vidas redentoras y un Cristo, y un madero y un calvario y a lo lejos a guisa de sudario la púrpura imperial de las auroras.

Nervo termina con una invocación: “Oh, Patria; oh, dulce Patria, madre santa, más si mañana con tu voz de cielos, de monte y prado que la luz reviste, estoy triste, murmuras con anhelos, quiera darte el Señor cuando estés triste, para cada tristeza, otro Morelos”. Nervo, visionario.

La Patria, que es el hombre, que es la mujer, que son los niños y niñas que sufren las injusticias del hambre y la opresión, dijeron “estoy triste, estamos tristes”, y todas y todos a una se levantaron y por todas y todos habló la Revolución.

Pero el poeta no escucharía ese reclamo. Desde 1905 había ingresado en el servicio diplomático y servía a la República, en Madrid, cuando en 1914 el estado porfiriano fue barrido por los ejércitos campesinos.

Regresó brevemente a México en 1918 y volvió a partir, ahora como embajador en Uruguay, murió en Montevideo en 1919.

Hoy, a 100 años de la muerte de Amado Nervo, sabemos que la Patria triste, que le hablaba a Morelos, no es ni valle, ni cordillera, ni refugio de jaguares, no es árboles y no es estrellas.

Son mujeres y hombres que no se contentan con decir estamos tristes, sino que se organizan desde abajo y por todos los medios, con todos los entusiasmos construyen dignamente la justicia.

Son cientos de “Nervos”, son miles de Morelos, son millones de Juárez.

Muchas gracias por su atención.

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